¿Para
qué viene a consulta este paciente? fue lo primero
que me pregunté.
Lo había atendido un tiempo breve hace más
de quince años, quedando presente en mi memoria
el hecho de que es el menor de varios hermanos y que
formaban un sistema cerrado, él y sus padres.
A raíz de un encuentro casual en la calle, hace
unos días me pidió una entrevista para
“hablar algunas cosas”.
Viene puntual a la primera entrevista, entró
hablando apenas le abro la puerta del consultorio, como
si el tiempo no hubiese transcurrido desde 1993, última
vez que lo atendí, como si no fuera necesario
hablar acerca de porque venía y cómo íbamos
a trabajar juntos.
Acto seguido empieza su relato, trae por escrito fechas
de sucesos históricos personales y familiares,
fechas de inicio y de finalización de sus trabajos,
características de los jefes al detalle, diferentes
problemas de salud de parientes y allegados que capturaron
su atención y dedicación los últimos
quince años de su vida, siendo su discurso un
relato sin fisuras, cerrado, que no permite mi ingreso
ni para aclarar que espera de su consulta conmigo.
¿Para qué viene este paciente? me sigo
preguntando, a pesar de haber quedado en tener, en principio,
sólo cuatro o cinco entrevistas.
En su monólogo, es muy difícil intervenir,
es una ilación constante de datos y fechas, enlazados
unos con otros, las más de las veces son hechos
dolorosos,
de amigos y familiares cercanos y otras veces de personas
que siente cercanas en su vida sin que la relación
sea realmente estrecha.
Datos, datos y más datos, fechas, fechas y más
fechas, se van acumulando en el espacio del consultorio
y son como ladrillos que van formando una prolija y
ordenada pared entre él y yo.
Mis cavilaciones son acompañadas por una gran
tensión corporal, dolor de cuello, de hombros,
creo que por el esfuerzo de tratar de encontrar sentido
a esta consulta.
Convoqué a los grandes maestros, Freud, Green,
Piera Aulagnier, Moreno, y nada.. .todo sigue igual.
Las pocas intervenciones que pude hacer fueron realizadas
con mucho cuidado, pidiéndole permiso para una
interrupción, puesto que si cortaba su discurso,
se irritaba, mostrando en los datos anotados todo lo
que le faltaba por transmitir.
Y más ladrillos y más datos, la arcilla,
el cemento, son la ansiedad que los agrupa y mezcla,
sin dejar resquicio entre ellos para que se pueda acceder
a su mundo de alguna manera.
Promedia la segunda entrevista y me sigo preguntando
cual es el motivo profundo de su consulta y por qué
conmigo luego de más de quince años.
Tercera entrevista, ya no me pregunto tanto para que
viene, viene para ser escuchado, (catarsis me dice el
artículo de mi colega Velázquez), pero
¿qué le aporto yo? es la nueva pregunta,
si no se puede entrar en su mundo sellado.
De pronto surge una palabra como un rayo de luz en mitad
del túnel, menciona la palabra soledad, acompañada
por un levísimo temblor en la voz y pasando a
otro tema inmediatamente.
Tomé esa palabra como una chispa, un semitono,
una posible entrada a su mundo afectivo, a la que decidí
aferrarme casi con desesperación, pero esa puerta
se cerró rápidamente.
Finaliza la tercera sesión, intento seguir haciendo
foco en su soledad, preguntándole por sus amigos,
mujeres, con qué gente cuenta en estos momentos
de su vida.
Siguió un listado mayor que el primero, de relaciones
reales y casi imaginarias en sus últimos años,
pero todas con desencuentros, rupturas, distancia y
otros vínculos anteriores, con los que había
querido contactarse nuevamente sin lograrlo, mi sentimiento
era que forzaba dichos vínculos.
Su relato me generaba una doble angustia, por no poder
conectarme con él y por las frustraciones que
coronaban todo intento suyo para recuperar amigos, gente
de su pasado, como si todo le confirmara que “perdió
el tren”.
Darme cuenta que generar una relación con otro
es su mayor dificultad, me permitió entender
por qué me resultaba tan difícil establecer
un puente, una conexión con él en las
sesiones, sintiendo que yo también “perdía
el tren” en relación a poder ayudarlo.
Si bien algo había avanzado, yo seguía
acosado por mis preguntas: por qué consulta ahora,
por qué conmigo, qué le aporto, cómo
llego a él.
Tengo dos entradas, me dije, la soledad y su dificultad
para establecer un puente con otra persona, obviamente
ambas relacionadas entre sí.
Es la cuarta sesión y yo me quedo pensando, de
pronto tomo las fechas y los datos y me doy cuenta de
algo, me ilumino un momento, “que lento sos a
veces”, –me dije-, las fechas en las que
tuvo vínculos afectivos más fructíferos
y que intentó inútilmente recomponer,
coinciden con la época en que tuvo la anterior
consulta conmigo, que luego interrumpió abruptamente.
En el momento que hago esta asociación, me llegan
mensajes atascados en mi red virtual imaginaria y puedo
escuchar a los grandes maestros a los que anteriormente
acudí: transferencia y contratransferencia me
dice Freud, afecto y sentido agrega Piera Aulagnier,
discurso narrativo-recitativo como defensa, me dice
Green, Moreno me propone un cambio de roles a fin de
intentar un posible encuentro.
Y ahora, por fin, empiezo a tener claro a qué
viene, viene a recuperar su conexión con un otro,
a “entrar en sintonía” nuevamente,
a dejar su monólogo….
Y aquí termina mi soliloquio, me llaman para
intentar un postergado diálogo.
|