Estar a la altura de lo que se hace presente en la clínica: desde su origen el psicoanálisis ha tenido en esta exigencia una fuerza de trabajo que impulsó su elucidación. Freud era un antropólogo de su sociedad y de su época, analizaba los modos de ser de la familia, la religión, la educación, los modelos culturales que orientaban a los sujetos, las demandas de la sociedad, la moral, especialmente la moral sexual, el modus vivendi cotidiano, el modo de ser hombre o mujer, etc. Esta exploración fue de la mano de su investigación referida a la tópica psíquica; finalmente pudo observar el entramado del modo de ser de la sociedad con el del psiquismo y la nerviosidad moderna, y la colaboración de aquélla en la producción de padecimientos clínicos y el método para tratarlos. Por ejemplo, encontró que la represión cultural de todo lo que tuviera que ver con la sexualidad, iba de la mano de la represión psíquica de fantasmas ligados a la sexualidad infantil edípica, dando así origen al padecimiento neurótico. El método para el tratamiento de esta patología consistía en realizar el camino inverso: el levantamiento de las represiones a partir de la asociación libre producida bajo transferencia.
Es evidente que el modo de ser de la sociedad ha cambiado sustancialmente, que las miras de ésta, sus exigencias, los modelos ofrecidos a los sujetos, la moral sexual, el modo de vida cotidiano, la educación, la familia, la pareja, el orden de sexuación, etc., difieren notablemente de la sociedad y la cultura con las cuales Freud se encontró, alteración que se fue acelerando a partir de la década de 1950. Lo que no debiera cambiar es la metodología freudiana de investigar no solamente el modo de ser del psiquismo, sino también el modo de ser de la sociedad y el entrelazamiento y colaboración con lo que se hace hoy presente en la clínica. Es decir, lo que le debiera interesar y ocupar al campo psicoanalítico es qué cambia en las formas de la clínica –hecho ligado profundamente a las variaciones en la sociedad y la cultura - y como consecuencia de esto, qué cambia en su abordaje.
Así como la moral sexual cultural de principios del siglo XX –ligada, como dijimos, a la represión de la sexualidad- producía un tipo específico de nerviosidad, la que tiene lugar en la actualidad –con su imperativo ligado a un placer sin límites- produce otro tipo de nerviosidad. Ambos órdenes morales y nerviosidades coexisten hoy. Lo crucial es cómo se posiciona el psicoanálisis frente a esto, de lo cual va a depender el modo de dirigir la cura.
Ciertos psicoanalistas han entendido que se trata adaptar el método a los requerimientos de la cultura actual sin interrogarla ni analizarla, menos criticarla; es decir que hay quienes hoy proponen un psicoanálisis aliado con una época que definen como "maravillosa", saludando la temporalidad vertiginosa, la supuesta pseudo libertad individual y sexual que se estaría viviendo, la tecnología y su promesa de felicidad, etc. Entendemos que este es un modo de apartarse del modo freudiano de trabajar el lazo psique-sociedad-clínica, corriendo así el riesgo de que los sujetos que nos consultan se adapten pasivamente al orden sociocultural y se perpetúe en ellos el malestar agregado por la cultura. Mientras que lo que aquí sostenemos es que se trata de sostener un psicoanálisis que retome la mirada crítica freudiana sobre la sociedad y la cultura: una mirada crítica que no debe ser ni nostálgica o rechazante de “los viejos tiempos” ni idealizadora o denigratoria de lo que hoy se hace presente. Entendiendo que el psicoanálisis nunca debe ser un dispositivo de adaptación al orden social: más bien es una metodología de la desadaptación.
En este punto es fundamental atender a la forma o formas que el Otro adquiere en esta época. Otro que es quien dicta las significaciones que hacen al ordenamiento socio-cultural, la cuales inciden en formas de la subjetividad, del placer y del padecimiento. Esto es claramente apreciable en los modos que la familia, el emparejamiento, lo femenino y lo masculino van adoptando, y en la visibilidad cada vez mayor de alteraciones en los géneros y la sexualidad tal como estos se presentaron hasta hace unas décadas. Lo que por lo tanto demanda una urgente revisión de conceptos centrales para el psicoanálisis como el Complejo de Edipo, el lugar del padre, lo materno, el Complejo de castración, la feminidad y la masculinidad, la consideración de otras formas de la sexualidad que se apartan de la heterosexualidad sin necesariamente devenir en perversiones o psicosis, el status teórico de las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas, etc. Por otra parte se observa que la depresión, el pasaje al acto, las adicciones, la afánisis, la anorexia, las patologías psicosomáticas, etc., coexisten con el orden clínico expuesto desde los orígenes del psicoanálisis. Estas formas clínicas no obedecen a la presencia de la represión –que si bien está presente no es lo central en ellas-, sino que remiten a una falla en la figurabilidad psíquica, que es la actividad fundamental del psiquismo, que permite el entrelazamiento de la pulsión al orden representacional: hace que aquélla encuentre un lugar, una embajada en la psique, lo que impide que se vuelque sobre el cuerpo o los actos, es decir, que quede libre y dispuesta a la descarga.
Esta falla psíquica coexiste con un orden sociocultural en el cual el Otro se caracteriza por un imperativo de disfrute ilimitado: ya no prohíbe el goce como hace un siglo, ahora lo exige. Goce sexual, pero no solamente sexual: goce en la adquisición y utilización de todo tipo de objetos y actividades, que están en constante obsolescencia y renovación. Esto ocurre mientras el consumo se ha transformado en la significación central, coexistiendo con la función cada vez más predominante de los medios masivos de comunicación, con la hiperpresencia de la tecnología en muy diversos campos, la aceleración de la temporalidad, y conformando así un magma denso de significaciones imaginarias sociales (Castoriadis) que incide en la psique de los sujetos sin que estos lo adviertan, y de un modo nunca antes experimentado en la Historia.
Los modelos identificatorios inciden en el registro identificatorio del psiquismo, y los objetos obligados para la sublimación formatean el registro pulsional. Esto es así en toda sociedad, pero lo que caracteriza a la nuestra es que la significación del consumo se ha transformado en central. Pero debiéramos corregir parcialmente esta apreciación: esta significación es un efecto de otra que está a la vista de todos, y que hasta aparece en distintas publicidades, una significación que es patognomónica del capitalismo: lo ilimitado. Si algo demanda el Otro y se transforma en modelo para los sujetos, es la promesa/demanda de lo ilimitado. Ser ilimitado, consumir de modo ilimitado, explotar la naturaleza de modo ilimitado, producir de modo ilimitado, disfrutar de modo ilimitado, etc. Vemos que esta significación comanda al ser del sujeto y de la sociedad al mismo tiempo, los entrelaza y tiene notables efectos a nivel del padecimiento psíquico. Podríamos preguntarnos el por qué del éxito que tiene en apropiarse de la vida psíquica de los sujetos. Y entonces observamos que dicho llamado a lo ilimitado satisface ni más ni menos que las más profundas tendencias del psiquismo: tendencias que en general son afectadas por el complejo de castración, que introduce la limitación en la psique. Sabemos que en el inconsciente no hay límites, su omnipotencia desconoce la castración. De ahí que podemos pensar que el Otro de las sociedades occidentales realiza una pasmosa promesa: la castración podría ser abolida. Así satisface la omnipotencia de la psique y por lo tanto su desconocimiento de todo límite. Es en este punto en el cual podemos advertir que el psiquismo de los sujetos se ve afectado en su capacidad de crear figuras, ya que la entronización de lo ilimitado altera considerablemente el ordenamiento pulsional: favorece la ruptura o impide la creación de las vías colaterales por las cuales la pulsión se liga a representaciones. Punto además en el cual lo supuestamente maravilloso de la época se puede transformar en lo siniestro. Es aquí donde pensamos que el psicoanálisis, lejos de glorificar la época y los supuestos efectos benéficos sobre el sujeto –y lejos de demonizarla, pero manteniendo un espíritu crítico-, debiera ser un dispositivo al servicio de favorecer que tenga lugar la creación de figuras psíquicas (figurabilidad), yendo así a contrapelo de lo que hoy favorece el modo de ser de la sociedad, –tal como iba Freud a contrapelo de la moral de su época con el levantamiento de la represión-. Si la clínica de entonces estaba al servicio de la circulación deseante, por lo tanto de Eros, la actual tiene en su núcleo el promover figuras que permitan la ligadura de la pulsión, que desligada se convierte en Thánatos, presente de modo predominante en la clínica actual.
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