Una clave posible para abordar la negación de la pandemia que afecta a buena parte del colectivo -más allá y conjuntamente con análisis políticos, sociológicos, antropológicos, etc. – es considerar lo que tanto desde la subjetividad como desde la realidad instituida favorece reacciones psíquicas dirigidas a desmentir, negar o forcluir lo que proviene de la realidad.
Dr. Bonifaz
Alejandro ha muerto y su madre – postrada en una cama – no debe enterarse. Su familia debe ocultarle lo sucedido. Tal el argumento del cuento de Julio Cortázar “La salud de los enfermos” (1), a lo largo de cuya trama se irá produciendo una paulatina desmentida colectiva. Todos irán quedando capturados por la mentira vehiculizada por el médico de la familia, el Dr. Bonifaz con la colaboración del “tío Roque”, que ha sido causada por la advertencia del médico, quien vaticina la muerte de “mamá” si ésta se entera, dado su delicado estado de salud, al tiempo que anuncia que la vida de ésta se irá apagando lentamente. Lo que no se apagará es el efecto de la desmentida colectiva: lo que comienza siendo una “comedia piadosa” (así denominada por “tía Clelia”, que terminará muriendo en medio de la trama, complejizándola más), culmina con la institución de una realidad delirante que hasta captura al lector. Sucede que en el final del relato – y habiendo ya también fallecido “mamá” – , llega una carta de Alejandro, que es recibida por Rosa, quien – lejos de sorprenderse por la llegada de una carta escrita por alguien que falleció – lo que hace es preguntarse acerca de cómo decirle a Alejandro de la muerte de “mamá” y “tía Clelia”. ¿Alejandro está muerto? ¿Esa carta existe o es una alucinación de Rosa? ¿Dónde está la trampa del relato, en qué palabra o giro del mismo? ¿Cuál es la realidad entonces? Imposible saberlo.
Los enfermos gozan de buena salud
Este relato de 1966 permite apreciar cómo en un grupo familiar la desmentida de la percepción de algo de la realidad que se intenta realizar sobre uno de sus miembros va avanzando y capturando a todos sus integrantes. Ante la ausencia inexplicable del hijo de “mamá”, que muere en un accidente en un viaje de trabajo, se escriben cartas en su nombre, que alguien envía desde un lugar lejano; se tergiversan o distorsionan noticias que aparecen en los diarios; también se hace cómplice de todo esto a la novia de Alejandro – muy afectada y en pleno duelo por su muerte – todo lo cual implica una disociación en los sujetos que va avanzando lentamente hacia la desmentida (forclusión en el final del relato) colectiva. Claro que una nota a resaltar es que alguien debe percibir adecuadamente lo sucedido con Alejandro. La paradoja es que “mamá” es la única que mantiene el juicio de realidad. Antes de morir les dirá a sus familiares que ya pueden descansar del enorme trabajo que les dio. La escena siguiente es la de la llegada de la carta “real” de Alejandro. Como si lo que fue expulsado hacia lo real, retornara desde éste bajo la forma de una carta que termina de configurar una situación delirante y alucinatoria. Perdido el juicio de realidad que aportaba “mamá” quedan abiertas las puertas para el retorno de lo expulsado.
En un texto reciente (2) sostuve que estamos bajo el efecto de la forclusión de la realidad de las múltiples advertencias sobre lo inevitable de una pandemia. Ahora intentaré demostrar cómo esa forclusión se continúa en el rechazo que muchos sujetos, familias, colectivos, etc., realizan de la percepción de aquello que permanentemente insiste en querer hallar un lugar en los discursos gubernamentales tanto como en el de muchos sujetos. Sujetos que hacen caso omiso de las advertencias y gobiernos que, a nivel global, desmienten con sus decisiones e indicaciones lo que han anunciado mediante medidas de protección. Así, desde juntarse para contagiarse – “total no pasa nada”, “así nos contagiamos de una vez y ya nos quedamos tranquilos” – hasta hacer caso omiso de la utilización de mascarillas o barbijos o de las medidas de higiene que hay que mantener, y, más lejos, grupos que niegan directamente que estemos ante una pandemia (como los llamados Médicos por la verdad y también los Psicólogos por la verdad) y sujetos que hacen lo propio por su lado, al tiempo que las teorías más delirantes circulan por el planeta respecto de la existencia u origen del virus o rechazan la aplicación de vacunas. El costo en vidas de esta forclusión colectiva es muy alto. Intentaré elucidar por qué se produce la misma.
Negar, desmentir, forcluir
Así, junto con la pandemia el 2020 trajo una novedad: un número importante de sujetos que de modo individual, familiar, grupal o en grandes masas, desafían la existencia del virus y sus consecuencias, poniéndose en riesgo ellos y a sus semejantes. Da la impresión de que se conducen como Freud señalara que lo hacían las niñas y niños ante la visión de las diferencias sexuales anatómicas: negaban, desmentían o forcluían la percepción de las mismas elaborando todo tipo de teorías sexuales infantiles. Defensas normales en el infantil sujeto, pero con potencialidad psicopatologizante de persistir en el tiempo. Esto señala algo propio del humano: la defensa que éste hace de lo que amenaza su completud, es decir, el cuestionamiento de la omnipotencia psíquica. No hay que olvidar que en el psiquismo humano habita una paradoja insalvable: su radical asociabilidad (es decir, el rechazo de todo lo que cuestione su narcisismo originario) y al mismo tiempo lo imperioso de su socialización. “His majesty the baby” debe abdicar su corona si quiere seguir con vida, lo cual no se consigue sin el auxilio-irrupción del otro, que introduce el principio de realidad, es decir, el código simbólico compartido. Hoy, la negación (maníaca en muchos casos), desmentida o forclusión de la percepción de la pandemia, da lugar a la creación de teorías diversas acerca del origen del virus, su existencia o no.
Pienso que una clave posible para abordar lo que ocurre -más allá y conjuntamente con análisis políticos, sociológicos, antropológicos, etc. – es considerar lo que tanto desde la subjetividad como de la realidad instituida favorece estas reacciones psíquicas.
Debemos partir del hecho de que la psique está en un proceso de permanente socialización, y que dicha socialización es fundamentalmente efecto de un discurso que propaga una matriz simbólica en la cual los sujetos devienen como tales. Este discurso intenta homogeneizar el espacio histórico-social, a través de ofrecer destinos para las pulsiones, modelos identificatorios y también y de esta manera, pretende orientar el deseo de los sujetos. Esta socialización del psiquismo crea una subjetividad. Una forma psíquica que hace a un nosotros, más allá de los conflictos y diferencias que anidan en una sociedad y más allá de las particularidades de cada sujeto. En los últimos 500 años el discurso imperante ha sido el capitalista, desenmascarado en sus efectos en el psiquismo por Freud, Lacan, Reich, Castoriadis, Deleuze y Guattarí, Marcuse, Habermas, Adorno, Zizek, Bjiun-Chul Han, Bauman y un largo etcétera, desde distintas posiciones teóricas y políticas. Es un discurso caracterizado por el elogio y exigencia de lo ilimitado, que pretende hacer realidad aquello que reina en lo más profundo del psiquismo: su omnipotencia. Apenas me detendré en las características de la subjetividad capitalista. Solo mencionaré respecto de ella el conformismo en el consumo que atraviesa a todas las clases sociales y la privatización de la vida, con un abandono importante de la vida en común. Si el otro siempre debe estar integrado a la vida psíquica, lo mismo le cabe a la sociedad. Los problemas comienzan cuando esto deja de cumplirse: y es lo que el capitalismo, sobre todo en su versión actual, está produciendo.
Al mismo tiempo, es observable en esta forma de la subjetividad la tendencia a actuar por reflejo-descarga más que por reflexión, al estar tomada por la vertiginosidad de una temporalidad en aceleración permanente y, además, por poseer una gran intolerancia a la frustración. Es una subjetividad perteneciente a una cultura signada por el avance de la insignificancia, es decir, por el empobrecimiento paulatino del campo simbólico. Lo cual es consecuencia de la crisis de las significaciones imaginarias sociales del capitalismo (Castoriadis, 1996) que está presente desde hace varias décadas. Modelos identificatorios imposibles, una abrumadora vertiginosidad temporal y la creación permanente de nuevos objetos para la satisfacción/descarga pulsional crean también un campo de dificultades para la sublimación. Este modo de la subjetividad recubre las diversas subjetividades de clase y grupos etarios, con mayor o menor dominancia. Es decir, se trata de una predominancia que no anula la heterogeneidad de las subjetividades en juego.
Sobre esta subjetividad acaeció la aparición de un virus respiratorio que nadie termina de descifrar del todo y que impuso un freno a ese brujo que había desatado fuerzas imposibles de dominar, como Marx y Engels sostuvieron en su momento respecto del capitalismo. Como decía, ha habido un rechazo colectivo de la percepción de aquello que insistentemente fue anunciado por científicos, ambientalistas, periodistas, escritores, artistas, activistas, etc.: la alta probabilidad del surgimiento de pandemias, ocasionadas por la devastación ambiental debido a la deforestación, el calentamiento global, el ataque a la biodiversidad, el modo de crianza de ciertas especies animales, etc., todas consecuencias del desarrollo sin límites del capitalismo. Este rechazo debiera entenderse en términos de que el virus y la pandemia no encuentran lugar en el discurso del conjunto. Así, lo imposible, eso que resiste a toda significación, se hizo presente bajo la forma de un virus. Retornando desde lo real aquello que fue forcluido, impedido de ingresar al magma simbólico, por ser algo que afecta el núcleo de la forma de vida capitalista al obligar a medidas – y aún más allá de éstas: por sus propios efectos – que frenan el ritmo frenético de producción y consumo y la toma permanente de ganancias de las grandes corporaciones, poniendo un palo en la rueda de la forma económica capitalista. Y además contradijo seriamente el modo de ser de la subjetividad previa, la forzó a aquietarse, a pensar, a reflexionar, a tomar contacto con la mortalidad…
Los invasores: la extinción
Recuerdo que de chico veía una serie. Se llamaba Los invasores. Estos – decía la presentación – eran «seres extraños que provienen de un mundo que se extingue». David Vincent, el protagonista de la serie, los había descubierto accidentalmente. Y también había advertido que el objetivo de ellos era conquistar la Tierra. Dichos seres se camuflaban como humanos, eran muy escurridizos y desafiaban las leyes de la lógica, la física y la química. Eran alienígenas: extraños, extranjeros, eran lo otro. Habitaban fuera del mundo simbólico instituido. Los intentos de Vincent por convencer al mundo de la existencia de dichos seres eran infructuosos, aunque luego de ingentes esfuerzos logró que algunos adhirieran a la causa de desenmascarar al invasor, con un resultado incierto.
En este caso, el invasor es una pequeña molécula que no cesa de no inscribirse en el discurso del conjunto porque su inclusión – dije previamente – lo amenaza, podría extinguirlo. Lo que ocasiona que los gobiernos y los sujetos –no todos los sujetos por supuesto-, intenten desesperadamente seguir viviendo como si esto no estuviera pasando. Por supuesto que hay actitudes que dependen de patologías psíquicas previas, también de ideologías – que se alimentan y alimentan las modalidades psíquicas descritas – y coinciden con medios masivos de comunicación y organizaciones políticas y movimientos negacionistas (incluyendo a los movientos antivacunas) que cuestionan permanentemente toda medida de los gobiernos que intente poner a salvaguarda a la población si la misma implica frenar el modo de vida habitual y, por supuesto, el ritmo de producción y consumo.
Pretender vivir como si no existiera la pandemia implica en este momento una doble desmentida, ya no lo es solo respecto de la pandemia: a la vista de todos está el hecho de que se continúan utilizando barbijos, los edificios educativos están vacíos, tal como los organismos públicos, lo mismo que los cines, los teatros y salas de concierto (solo lo hacen mínimamente, casi de modo testimonial), el transporte público está restringido, los deportes se juegan sin público, etc. y todos los días nos enteramos de centenares de muertos, miles de contagiados… Mientras, hay discursos oficiales (en todo el mundo) que promueven en acto una vuelta a la normalidad (restaurantes, bares y shoppings abiertos, vacaciones, viajes, etc.) al mismo tiempo que anuncian nuevas olas de la pandemia y exigen a los ciudadanos que extremen los cuidados y se aferran a la inmunidad que provocará la vacunación. Lo cual parece que ayudara a incrementar el negacionismo colectivo, así denominado por la sociología.
Dark
Digo entonces, y apelando a otra serie – mucho más reciente (Dark) -, que la pandemia es un error en la matriz (an error in the matrix). En la matriz simbólica (3). En esta serie la presencia de dos sujetos afecta el ordenamiento generacional y filiatorio de un grupo de familias, y ambos deben desaparecer para que todo encaje en su lugar, ya que son (ellos se autodenominan) un error en la matriz. De permanecer terminarían destruyéndola. En nuestro caso, si la pandemia no consiguió hacerse un lugar en la matriz simbólica se produce una imposibilidad de incorporación a la psique de los sujetos. Como veíamos: estando a la vista de todos que se estaban dando las condiciones para la aparición de una pandemia, dichas advertencias no fueron incluidas en ningún programa político, en ninguna institución intermedia, en ningún programa de gobierno y no era motivo de diálogo entre las personas. Dicha amenaza solo fue atendida por un grupo de David Vincents que ha intentado convencer al mundo de la presencia de la peste, una suerte de patrulla perdida (conformada por infectólogos, ambientalistas, activistas, pensadores diversos, militantes populares, etc.) de una guerra contra ese famoso enemigo invisible. Pero resulta que el enemigo invisible es lo que no cesa de no inscribirse, lo que no cesa de no encontrar lugar en el discurso común. Así, la falla está en la matriz que se ve atacada por un elemento de lo real que la pone en jaque. Y se produce así una reacción inmunitaria desmesurada en ese discurso y en muchos sujetos, que expulsan aquello que es vivido como invasor. Ese invasor es un otro virus, ya no biológico, sino una significación que amenaza con desarticular el mundo instituido.
Al mismo tiempo la racionalidad del capitalismo está presente en los discursos oficiales y ese es uno de los problemas centrales – otro enemigo invisible, tal vez el más peligroso -, ya que abona los mecanismos psíquicos citados, que tienen en común el afectar la percepción de la realidad y que se han estado fogoneando en estos últimos meses: la desmentida, forclusión, negación, negación maníaca, transformación en lo contrario, proyección, vuelta contra sí mismo, los cuales suelen actuar en una alianza mortífera. Por supuesto – reitero – que hay también en juego posiciones ideológicas y tomas de posición políticas que no podemos reducir a una lectura psicoanalítica.
Encerrona y toma de la palabra
De esta suerte de encerrona trágica solo se sale – siempre desde la perspectiva de la subjetividad – con el colectivo tomando la palabra. Poniendo en marcha el pensamiento crítico, exigiendo que los discursos oficiales no desmientan con sus actos las medidas y amenazas que profieren; claridad y contundencia respecto de las medidas de cuidado individual y colectivo (como ocurrió en buena medida al principio de la pandemia); explicaciones claras respecto de los cuidados que hay que tener en la vida cotidiana para realizar actividades fuera del domicilio; exigiendo también el incremento de urgencia de partidas presupuestarias para el campo sanitario y de sostén para los desempleados y trabajadores precarios, por sobre cualquier compromiso con organismos financieros internacionales; demandando la ampliación urgente del impuesto a la riqueza; denunciando las tendenciosidades que hacen muchos medios de comunicación; y rechazando toda simplificación – también tendenciosa – que intente señalar como responsables de los contagios a los jóvenes. Esto último ha sido notorio en estas últimas semanas: más allá de que existan grupos que ideológicamente rechazan medidas de cuidado y carecen del principio de solidaridad, o que suelen producirse fenómenos de masa sobre todo en algunos sectores adolescentes y de los movimientos pulsionales que se producen en la adolescencia, se ha englobado en la figura del joven la culpa y responsabilidad por el aumento de contagios, ocultando la constante presión y accionar de grupos empresarios y políticos por “volver a la normalidad” a cualquier precio, arriesgando a trabajadores y la población en general. Además, se habla de “los jóvenes” como si fuera un grupo homogéneo, sin diferencias ideológicas, de clase, etc. Por suerte son variadas las voces que recuerdan que son también jóvenes los residentes y concurrentes de los hospitales, enfermeros y camilleros que salvan vidas en los hospitales, o quienes hacen delivery arriesgando sus vidas por ingresos miserables, o los trabajadores gracias a los cuales la población tiene electricidad, agua corriente, gas, recolección de residuos etc. Por otra parte, la mirada puesta sobre los jóvenes, tanto oficial como mediática, no hace más que colaborar en el ocultamiento de los verdaderos responsables de la pandemia.
Que el colectivo tome la palabra – sea de modo grupal o individual – , es un modo de intentar inscribir en el discurso del conjunto aquello que tanta resistencia genera y tantas vidas está costando. Llama la atención que existan movimientos anti vacunas o anti confinamiento y que no los haya en un sentido contrario, que además expliciten los orígenes de esta pandemia y que amplifiquen los repetidos anuncios de próximas (como la que puede producirse a partir del virus Nipah) y que empujen a los gobiernos a tomar medidas de inmediato para evitarlas. Es indispensable que la realidad informe sobre actos que sean consecuentes con la amenaza que implica la pandemia, sin dejar todo el cuidado en manos de los gobiernos. Un modo de apostar a un principio de realidad al servicio de Eros.
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No recuerdo cómo terminaba la serie Los invasores. Prefiero no recordarlo, por las dudas.
Referencias
- Cortázar, J., “La salud de los enfermos”, en Todos los fuegos el fuego, Buenos Aires, Alfaguara, 2010.
- Franco, Y. Transfiguraciones. Subjetividad y clínica en la pandemia, El Psicoanalítico N.º 41.
- En qué consiste ésta, de dónde surge, obra de quién es, cómo ingresa a la psique, etc., serán temas tratados oportunamente.
Bibliografía
Castoriadis, C. El avance de la insignificancia, Buenos Aires, Eudeba, 1997.