Vienen cabalgando (*)

Lo apocalíptico siempre ha resultado atractivo, el cine-catástrofe atrae multitudes. Que todo termine pareciera ofrecer cierto alivio para la pulsión de muerte que habita en todo sujeto humano.

Por Yago Franco

yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar

¿Apocalipsis?

Lo apocalíptico siempre ha resultado atractivo, el cine-catástrofe atrae multitudes. Que todo termine – para sí o para los otros – pareciera que ofrece cierto alivio para la pulsión de muerte que habita en todo sujeto humano. Por fin la descarga total y absoluta – cumplimiento de un deseo de no desear más -, no más tensión, apagar todo para finalmente poder descansar, poner fin al sufrimiento, al pecado, al castigo, encontrar la paz eterna – descansar de la presión superyoica -.  O alivio porque lo apocalíptico recayó sobre los demás: no nos ha llegado la hora aún.

Desde otra perspectiva y ligado a lo anterior, es hallar en la escena de la realidad la confirmación de fantasmas catastróficos que asolan desde la niñez al humano, en un telescopaje horroroso, paralizante, ante el cual es inútil la huida.

Pero lo espectacular del apocalipsis puede, también, cobrar la forma de un final in-significante: Kurz en el final de Apocalipsis now! recita las palabras de Elliot referidas a los Hombres huecos. El final podría no ser espectacular ni ruidoso, el mundo se iría pronunciado apenas un suave quejido.

Apocalipsis es un término de origen griego, que también quiere decir revelación. En el Nuevo Testamento, su último libro, el Apocalipsis de Juan, profetiza la venida de 4 jinetes que asolarán la tierra trayendo guerras, pestes, hambrunas, el Anticristo… previas al denominado Juicio final. Se anuncia – se revela – el advenimiento del final de la humanidad. También puede pensarse esto como que en el momento cercano al final se revelan las causas que llevan al mismo: revelan lo que estaba velado. Como dijera Octavio Paz: “dime cómo mueres y te diré quién eres”.

Últimamente fantasmas apocalípticos recorren el mundo. Filósofos, sociólogos, biólogos, ambientalistas, psicoanalistas, etc., adhieren a la idea de que estamos al borde del abismo. “Es más probable que el mundo termine antes que lo haga el capitalismo”, así se escucha a coro.

Podemos pensar que en medio de estos temores, afloran revelaciones, se puede ver cara a cara los jinetes que vienen a anunciar un final. Pero, ante esto, una advertencia es necesaria: que el mundo finalice también puede entenderse como que finalice un mundo, otro u otros serán posibles. Los que pueden ser peores o – hoy esto parece ser una ilusión – mejores.

Lo cierto es que las advertencias que hoy circulan anunciando que la humanidad se acercaría peligrosamente hacia el abismo sin fondo del fin de los tiempos no debieran tomarse a la ligera. Si lo apocalíptico oscila entre tener buena o mala prensa, desoír las advertencias sería un acto irresponsable, más allá de que puedan cumplirse o no.

Los jinetes que hoy cabalgan y desatarían el final serían el cambio climático, la amenaza nuclear (nuevamente vigente, ahora debido a la guerra en Ucrania); las pestes, que apuntan claramente contra los efectos de la actividad depredatoria capitalista; el avance de las ultraderechas, a lo que últimamente se suma la Inteligencia Artificial y, seguramente, podrían sumarse otros. Hoy son más de 4 los jinetes que cabalgan en el horizonte.

Las advertencias freudianas

1908, 1929, 1932 fueron tres momentos en los cuales Freud advirtió sobre las consecuencias psíquicas de diversos estados y sucesos de la sociedad de entonces. Estos eran el modo de ser del capitalismo de principios de siglo, el nerviosismo que producía en el psiquismo de los sujetos y la moral sexual cultural que le pertenecía, con la exigencia desmesurada de renuncias, factores aunados en la generación de neurosis; luego el malestar en la cultura como consecuencia de vivir en sociedad; finalmente la guerra y la neurosis traumática que generaba, el nazifascismo…

Muchas de estas consecuencias psíquicas siguen estando presentes. Pero han surgido otras de la mano de las transformaciones que se han producido en el histórico social. Así, luego de Freud los cambios a nivel social y cultural han sido innumerables y vertiginosos. ¿Hoy cuáles serían las advertencias que los psicoanalistas debiéramos realizar/considerar respecto del riesgo tanto colectivo como individual atribuibles a una forma de vida – la capitalista – de la mano de transfiguraciones que han llevado a nuevos riesgos para la vida en común tanto como para la de los sujetos?

Una disforia generalizada

Por comenzar, de la culpa como modo de domino – así fue señalado por Freud en su texto sobre el masoquismo – se ha pasado a una disforia generalizada como consecuencia de la exigencia de rendimiento (ese empresario de sí tal como lo describe Byun-Chul Han) asociada a lo que no tiene límites, a la vertiginosidad asociada a esto, y a la digitalización, produciendo una inundación de estímulos improcesables para el psiquismo, por lo tanto, traumatizantes. Esa disforia “se caracteriza generalmente como una emoción desagradable o molesta, como la tristeza (estado de ánimo depresivo), ansiedadirritabilidad o inquietud. ​ Es el opuesto etimológico de la euforia” (Wikipedia). Es la molestia e irritabilidad apreciable en las calles de Buenos Aires en este momento, una disconformidad con la forma de vida, expresada más en actos que en palabras y discursos. Acompañada de un estado depresivo: una distimia displacentera en la vida cotidiana. Esto es producto del sentimiento de estar en falta con el rendimiento demandado por el Otro, redundando en un estado de frustración e inadecuación con Sus deseos: eso es lo que llamo una disforia generalizada, la que se transformó en nuevo modo de dominio, como antes lo fue la culpa. El sujeto intenta infructuosamente rendir de acuerdo a las demandas del Otro, corre como un hámster sobre una rueda sin llegar nunca a destino. Lo que a su vez lleva a lo que es observable como un cansancio generalizado.

Lo traumático y la fragmentación individual y colectiva

Ese estado traumático constante a causa de una forma de vida que excede la capacidad simbolizante del psiquismo, genera algo que me interesa resaltar, ya que es la consecuencia más importante para los sujetos – y que lleva al establecimiento de un nuevo modo de la subjetividad, pensable como un nuevo ánthropos -. Me refiero al estado de fragmentación psíquica. Una fragmentación de su historia, su pensamiento, su proyecto de vida, su vida afectiva, la imposibilidad de vivir y transmitir las experiencias ante el fárrago de sucesos e información cotidianos, como Benjamin alertara a mediados del siglo pasado. Lo traumático impide o por lo menos dificulta el enlace indispensable entre los modos de representar (no sólo conscientes), y los afectos, enlace que permite la ligadura de la pulsión de muerte. No se trata, entonces, de la represión freudiana, la renegación o el rechazo, ni del inconsciente y su irrupción, sino de la imposibilidad de una experiencia psíquica, estando la descarga sobre la realidad o sobre el cuerpo a la orden del día. La fragmentación es consecuencia de la imposibilidad de ligadura ente representaciones y de estas con los afectos: de crear un sentido. Contemporánea de lo que he llamado la destrucción del lenguaje y del afecto a nivel del colectivo a manos del avance de la destrucción del campo simbólico – avance de la insignificancia -. La fragmentación psíquica es contemporánea de la fragmentación social. Esta empuja a la proliferación de la solución identitaria, como intento ilusorio de rellenar la oquedad del neo ántrhopos. Una oquedad que es como un estuario sin río (si esto fuera posible), en lugar de río, vacío. Si el mundo está ontológicamente fragmentado, es el sentido lo que hace de cemento. Lo mismo ocurre a nivel de la psique.

Eros y los regímenes democráticos

Freud apostaba a Eros: a los lazos libidinales que hacen a un colectivo-así sostendrá en su carta a Einstein-. Es en el lazo libidinal con otros que se mantiene a raya a la pulsión de muerte. Es condición necesaria para el establecimiento de dichos lazos, la identificación con un campo simbólico común, que debiera contener la posibilidad de una mirada crítica sobre sí mismo, como tantas veces ha ocurrido en el devenir de la Historia, si ese campo simbólico pertenece a regímenes democráticos. El surgimiento del proyecto emancipatorio o de autonomía – allá por el siglo IV AC en Atenas y continuado, retomado y generalizado por las revoluciones burguesas- ha dejado marcas indelebles en el devenir de los colectivos en las sociedades de Occidente, incluyendo a aquellas que -como la nuestra- fueron colonias en su momento. Es evidente que en la actualidad han entrado en crisis significaciones como las legadas por  dichos movimientos, quedando, de los regímenes democráticos solamente algunos procedimientos, como las elecciones. Durante el siglo XX, la claudicación de dichos regímenes y aún de sus procedimientos, fueron causa y consecuencia a su vez del surgimiento de regímenes totalitarios, de la mano de una identificación alienante con líderes o proyectos que generan una suerte de ilusión de un porvenir glamoroso. En esos casos, las identificaciones que hacen a la formación de la masa anulan la capacidad crítica de los sujetos, al declinar su reflexividad en manos de líderes que manipulan el juicio de realidad de aquéllos.

Edward Bernays, sobrino político de Freud, creador de la propaganda -basada en una serie de técnicas destinadas a la manipulación del psiquismo de los sujetos-, ha sido uno de los que más ha aportado al surgimiento de la subjetividad contemporánea en las sociedades Occidentales. Creador de la llamada sociedad de consumo, consiguió hallar un modo eficaz de dirigir el mundo pulsional e identificatorio de los sujetos, ofreciéndole al inconsciente lo que éste demanda: lo ilimitado.

El ántropos del capitalismo tardío y el apocalipsis. La IA

Una sujeto autista, agotado, hijo de la fragmentación reinante, manipulado en su juicio de realidad, imposibilitado de hacer y transmitir experiencia, con lazos perdidos con el pasado tanto como con algún proyecto futuro, instalado en un aquí y ahora empujado por el consumo o la simple supervivencia, afectado en su autopreservación como sujeto, manipulado, actuando más por reflejo que por reflexión, habitado por la destrucción del lenguaje y del afecto, por lo tanto bajo el efecto de un empobrecimiento simbólico generalizado, y descreído de la forma política imperante en el último siglo – las democracias representativas – … este sujeto debiera ser el peligro que más debiera preocupar. No sólo por la posibilidad de ser capturado por lo que se conoce como ultraderecha (que viene a rellenar los huecos del sujeto y del colectivo), sino ahora, además y por si algo faltara, por el riesgo de quedar a expensas de la Inteligencia artificial – que está en manos de ese Aprendiz de brujo que es el capitalismo -. La cual puede falsear aún más el juicio de realidad, en muchos casos anularlo, creando neorealidades de las que las fake news serán pronto un pálido recuerdo, tibio, casi inocente.

Ya – como tantas veces – el arte ha hecho sus anticipaciones: en 2001, Odisea del espacio, filmada por Stanley Kubrick y con guión de Arthur C. Clarke (quien previamente había escrito el libro que dio origen al film), puede observarse la escena en la que HAL 9000, cuyo nombre es un acrónimo en inglés de Heuristically Programmed Algorithmic Computer (Computador algorítmico programado heurísticamente), se autonomiza, comienza a sentir afectos y elimina a uno de los tripulantes de la nave Discovery que se dirigía a Júpiter. Esta computadora deja así de cumplir con lo que otro autor, Isaac Asimov establece en su Yo Robot como Las tres leyes robóticas:

1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción dejar que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. (libro)

La Inteligencia artificial está absolutamente fuera del control de la población del planeta, está en manos de unos pocos y el riesgo de cómo sería utilizada o de que se autonomice (como Hall 9000) ya no es un tema de ciencia ficción. A sabiendas de que no hay retroceso a nivel de la tecnología, comprobable a nivel de la historia humana, su implementación y posible autonomización coinciden con la presencia de este antrhopos hueco, incapacitado para realizar un examen reflexivo apelando a su juicio de realidad. Juicio, memoria, atención, pensamiento, disminuidos por efectos de una forma de vida depredatoria hasta del psiquismo. Es que hasta hay que elaborar una nueva psicopatología de la vida cotidiana y también a nivel de la clínica, ya que pensar al sujeto solamente como un sujeto del inconsciente no es suficiente. 

Hombres huecos, oquedad hija de un traumatismo permanente que fragmenta la psique, los lazos y la vida colectiva, pasto de la manipulación de sus deseos. Los psicoanalistas no podemos menos que hacer la advertencia del riesgo del advenimiento de este nuevo tipo antropológico, ya que este es un jinete que cabalga con absoluta libertad al ser casi imperceptible a causa de su “normalidad”, pudiendo ser también una suerte de caballo desbocado, sin jinete, o de ser conducido por alguien que, como el flautista de Hamelin (ahora con melodías de la ultraderecha o de la IA) pueda conducir al género humano hacia el abismo.

(*) Temas en trabajo en el seminario Con el sujeto del inconsciente ya no alcanza, www.magma-net.com.ar/seminarios2023.htm