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M�s all� del malestar
en la cultura (*)
(Eros y Th�natos en la cultura)
Por Yago Franco
[email protected]
 

Las tesis volcadas por Freud en El malestar en la cultura en 1930, son un punto de encuentro y de partida ineludibles para el análisis del indisoluble lazo existente entre el psiquismo y la sociedad, su cultura. Texto sombrío y valiente, fue escrito y publicado en el contexto del ascenso del nazismo, la crisis económica y el derrumbe de la bolsa de New York. Quisiera detenerme solamente en algunos de sus postulados, para desde allí desarrollar ideas referidas a un estado particular de la cultura en su relación con la psique.

Lo que intentaré desarrollar y fundamentar es la existencia de un estado que se encuentra más allá del malestar en la cultura; para esto será necesario recorrer el trayecto que va desde un malestar tolerable, inevitable y de algún modo  necesario y que hace a la vida en sociedad, a un estado de la cultura que produce mortificación y, en el límite, imposibilidad de participar en la vida social, con devastadores efectos en la psique .

Ante la posición de Romain Rolland, quien sostenía que la fuente del sentimiento religioso era un sentimiento oceánico, que brindaba la sensación de "lo eterno", Freud  va a sostener que este sentimiento es una reminiscencia de la fusión que en el origen experimenta el infans con la madre, característico del yo-placer, y que será depuesto por el principio de realidad. La necesidad de lo religioso será, en todo caso, un modo de reformular la necesidad de la protección paterna, intentando restablecer el narcisismo originario. El cuerpo, la hostilidad del mundo exterior, y la insatisfacción presente en el lazo con los semejantes son así fuentes de malestar. Freud se detendrá en el malestar producido por lo insatisfactorio del lazo con los semejantes, ante lo cual se erige la cultura como intento de poner remedio al mismo. Para esto utiliza a las instituciones de la sociedad. Pero el efecto coercitivo de estas sumerge nuevamente al sujeto en el malestar.

Lo que Freud va a rescatar es el carácter protector de la cultura. Si el hombre no puede hallar en ella la felicidad plena, sin ella no puede sobrevivir. La cultura, para disminuir el malestar por la renuncia pulsional a la cual somete a los individuos, procura crear vínculos sustitutivos de aquellos eróticos en los cuales los sujetos intentan la satisfacción perentoria de sus deseos. Así crea los lazos amorosos, desviados de su fin originariamente sexual. De allí, entre otras cosas, el mandamiento cristiano de "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Pero éste está destinado al fracaso, dada la hostilidad originaria del sujeto humano hacia sus congéneres, expresión de la pulsión de muerte. Esta agresividad inherente a la naturaleza humana es también fuente de placer: la otra es el amor.

El malestar en la cultura queda así ligado a la presencia de la pulsión de muerte, en su complementariedad y oposición con Eros. El enfrentamiento entre ambas pulsiones habita y domina tanto a la psique como a la vida social. La cuestión es entonces cómo se las arregla la cultura para dominar a la pulsión de muerte en sus manifestaciones sociales. Freud llegará a la conclusión de que esto es posible mediante el superyó, aliado al masoquismo originario, produciendo sentimiento inconsciente de culpabilidad. La agresividad que tenía a los otros como destino, es vuelta contra el yo.

El origen de esta culpabilidad inconsciente es doble: por un lado, por el temor a dejar de ser amado por la autoridad paterna, el humano renuncia a parte de sus satisfacciones pulsionales. Pero con la interiorización del superyó, ya no puede escapar a una vigilancia interna que desnuda su mundo pulsional. La producción de sentimiento inconsciente de culpabilidad está entre los mayores problemas que genera la cultura. Así volvemos al tema del malestar que la participación en la cultura produce. Freud se detiene en el punto de preguntar si es dable entonces pensar, dada la crucial función del superyó en la socialización y en el mantenimiento de determinado statu quo de la cultura, en la existencia de culturas neuróticas, lo que llevaría a convocar a soluciones terapéuticas. La analogía, la extensión del método y de explicaciones psicoanalíticas a ese punto le parece excesivo, riesgoso: no se deben transplantar del lugar donde dichas nociones, conceptos y elementos pertenecen. Ya no hay remedio psicoanalítico, sino una pregunta, y es si las sociedades lograrán dominar a la pulsión de muerte que es capaz de destruirlas. Pregunta sin respuesta, dependiendo todo, para Freud, de la capacidad de Eros de predominar sobre la pulsión de muerte, sin que pueda anticiparse, aclara, el resultado.

Hasta aquí lo planteado por Freud. Voy a retomar algunas de estas ideas para avanzar en el sentido anunciado al inicio de estas líneas. Estas son:

a. El estado de fusión en el que se encuentra originariamente la psique del sujeto humano, y las consecuencias de su ruptura.
b. La articulación amparo/desamparo y el papel de la cultura como subrogado de los objetos paternos.
c.  La dialéctica de la pulsión de muerte en el lazo con el semejante y la cultura.


Bienestar mínimo: el espacio sociocultural como destino del placer

Una cultura no puede sobrevivir si lo único que produce es malestar. Esto es importante subrayarlo, ya que hay toda una tendencia dentro del psicoanálisis que justifica el malestar naturalizándolo - sin indagar exhaustivamente en las fuentes y funciones del mismo - generalizando que todo estado de la cultura es de malestar y cerrando así toda interrogación. Dicha perspectiva da a entender que como siempre hubo y habrá malestar, indagar en el mismo, en sus variantes históricas, tanto como dentro de una misma sociedad, o entre distintas sociedades - diferencias en general no atendidas ni analizadas -, intentar pensar en otros modos posibles de la cultura, o en la utilización que del malestar hace el poder existente en una sociedad, es tiempo perdido, o una especie de ilusión utópica dada la supuesta fijeza y universalidad de dicho estado. Sin embargo, es evidente no solamente que dicho malestar es variable, sino que toda cultura debe proporcionar una cuota de placer mínimo que permita su investimiento por parte de la psique: participar en la cultura debe guardar algún sentido, alguna ganancia que equilibre el malestar. Esto quiere decir que también existe un bienestar por participar en la cultura, bienestar que ésta - como Freud ya señalara - debe proporcionar a cambio de las renuncias que solicita, y también para paliar los efectos de la presencia de la pulsión de muerte: éste es el bienestar mínimo, que permite la catectización del espacio sociocultural, y debiera estarle garantizado a todo integrante del mismo.

Podemos considerar como fuentes del bienestar mínimo:

  1. El sentido diurno [1] provisto por la sociedad (patrimonio común de certeza, Aulagnier), que toma el relevo del sentido originario abdicado por la psique;
  2. Por otro lado, hay un bienestar indirecto por ser las instituciones un lugar de depositación de lo mortífero. Estas dos primeras cuestiones cumplen una clara función de amparo, que como veremos, la cultura ofrece mediante subrogados de las figuras originarias, estando al servicio de Eros;
  3. Otra fuente de bienestar son los lazos libidinales - ya señalado por Freud - por el placer que producen y por permitir también alojar a la pulsión de muerte. Estos son tanto fuente de bienestar como de malestar.

De todo esto resulta entonces que la cultura debe ofrecer un amparo - retomando lo señalado por Freud - , el que originariamente fuera ofrecido por las figuras parentales: la cultura, merced a una compleja elaboración psíquica y social, en la que participan como interfaces el proceso identificatorio y la sublimación, es un subrogado de los objetos paternos en términos del amparo que debe ofrecer a los integrantes de la sociedad. Dicho amparo se consigue- como vimos - a través de múltiples, simultáneos y solidarios registros: mediante el ofrecimiento de sentido, favoreciendo el establecimiento de lazos libidinales, y también al constituirse como objeto de depositación de la pulsión de muerte.
Pero debemos agregar que también debe considerarse que la cultura ofrece objetos obligados para la sublimación (Castoriadis). Esto es: modos socialmente instituidos de satisfacción del mundo pulsional -erótico y thanático. Y que además debe ofrecer modelos identificatorios que son solicitados por la sociedad para su reproducción, modelos ideales, bien vistos, deseables. Tanto los objetos obligados para la sublimación pulsional como los modelos identificatorios hacen al entramado simbólico de la sociedad, y a las posibilidades de hallar satisfacción en la misma: la sociedad, a través de sus instituciones y de sus embajadas en la psique, el superyó y los ideales, premia a los sujetos por participar en este mundo. De este modo, la cultura es uno de los destinos del placer. Tanto por la satisfacción pulsional que ofrece, como por el placer narcisista que provee (al sentirse los sujetos amados por su superyó, y por la aprobación que emana del colectivo de pares y a través de sus instituciones).

El mundo identificatorio de los sujetos depende sobremanera del investimiento que la sociedad hace de cada uno de ellos: los enunciados identificatorios de origen que son proferidos por los padres, son retomados por las instituciones, por los pares, creándose así un nosotros que sanciona positivamente el arribo de un integrante nuevo al colectivo, saludándolo en las distintas fases de la socialización solicitándole que retome el discurso común. Este constituye el contrato narcisista (Aulagnier) entre el sujeto y la sociedad, e incluye las disidencias y conflictos, dentro de cierto rango, traspasado el cual dependerá el sostenimiento identificatorio de modos de agrupamiento disidentes (Freud y la institución por él creada es un buen ejemplo de esto; otro tanto lo son los pensamientos y movimientos que procuran instituir otro modo de lo social, enfrentándose al poder explícito, etc.).

Todo sujeto debe poder encontrar referencias en el discurso del conjunto que le permitan la proyección hacia el futuro: esta proyección hacia el futuro es fundamental para el funcionamiento psíquico, ya que implica el triunfo de Eros. Esto, el proyecto identificatorio (Aulagnier), permite establecer un sentido para la vida, que depende en un modo esencial del sentido que el colectivo se haya dictado a sí mismo.


La cultura y el sentido obligado

La cuestión del sentido que la sociedad está obligada a ofrecer a sus integrantes es crucial en la constitución del psiquismo; pero aun en un psiquismo ya conformado, la experiencia de sin-sentido puede producir catástrofes psíquicas: toda catástrofe social o natural pone a prueba a la psique y al colectivo en sus funciones de producir sentido. Sentido que, como vimos, es una de las fuentes de placer. En su origen, la psique está cerrada sobre sí misma (ignorando la presencia determinante del otro y su deseo) en un estado monádico (Castoriadis); la psique se da su propio sentido mediante la satisfacción alucinatoria. Esta ofrece una respuesta absoluta a la psique. Sentido, representación, identificación, encuentran sus prototipos en ese estado. El cuerpo y el semejante con su intrusión seductora y significante (violencia primaria, Aulagnier) rompen el mismo, lo cuestionan.

Es muy importante considerar que el espacio de no-yo que adviene cuando se constituye la separación del infans y el objeto es materia de proyección de la pulsión de muerte, protegiéndose así la propia psique, ya que la diferenciación en el seno de la misma es objeto de rechazo. Esto es así porque el displacer, debido al proceso originario de autoengendramiento (Aulagnier) [2], es atribuido por la psique a sí misma, la cual corre entonces riesgo de destrucción o desinvestimiento si lo thanático no es proyectado. Al mismo tiempo es función del semejante el poder alojar a la pulsión de muerte desatada a partir de la ruptura de dicho estado. Entonces: todo lo que sea vivido como no-yo será atacado, sea una parte de la propia psique, tanto como el objeto que comienza a ser discernido en la ambivalencia. Y es el amor del objeto asistente, su incondicionalidad, lo que permite que esto se produzca. De este modo, el objeto asistente se debe convertir en el primer espacio-soporte de la pulsión de muerte (Carpintero): debe constituirse en un espacio de no-yo que permita el despliegue del yo (Bleger).

Se abre así el proceso identificatorio, sobre la base de un placer mínimo que se ofrece a cambio del placer originario perdido. Dicho placer mínimo es acompañado de un displacer mínimo que evita la perennidad mortífera del primer estado de la psique, al cuestionar la representación de la misma. Ese displacer mínimo es necesario - podemos pensar que es una exigencia de trabajo para la psique tanto como su mundo pulsional - así como lo es el placer mínimo que la psique debe hallar. La función del objeto asistente - bueno es insistir en este punto - es crucial para que pueda desarrollarse este movimiento: a partir de este momento, lo que podrá observarse es que una de las funciones de los lazos libidinales es la de contener a la pulsión de muerte. Los lazos muestran el entrelazamiento entre las pulsiones de vida -que permiten la ligadura- y las de muerte -que tienden a la desligadura- .


Infortunio común/malestar mínimo

Hasta aquí nos encontramos con la existencia de un infortunio común, debido a las renuncias pulsionales y a la presencia de la pulsión de muerte (en la psique: superyó y sentimiento inconsciente de culpabilidad, pero también anidado en el lazo con los semejantes). O sea, que todo lo que conocemos como malestar cultural debe ser contemporáneo de un bienestar mínimo producido en la participación en la cultura: la resultante es el llamado infortunio común.

Retomemos, para situar lo que desarrollaremos a continuación, el desarrollo de Bleger que complejiza lo anterior: en su origen la psique establece una simbiosis con el objeto materno (indudablemente favorecida por éste: Green habla de locura materna). Este - como habíamos visto - debe poder soportar lo proyectado (estando presente, como consignamos, la pulsión de muerte en dicha proyección), permitiendo esto que el yo pueda constituirse. Por otra parte, Bleger señala que las instituciones de la sociedad son depositarias de lo indiscriminado/simbiótico de la psique. Dice también que el encuadre psicoanalítico cumple las veces de una institución, conteniendo por lo tanto a lo indiscriminado; cada modificación en el mismo precipita al sujeto en una crisis porque se ve llevado a reintroyectar lo simbiótico. De allí que podemos pensar que cada crisis o modificación de las instituciones de la sociedad obliga a una reintroyección que pondrá a prueba a la psique, con la potencialidad de producir una situación catastrófica, ya que el mundo fantasmático correspondiente a lo simbiótico y pulsional/thanático queda sin objeto depositario.


Del infortunio común al más allá del malestar cultural

Volvemos al punto de inicio de esta indagación. Es inevitable y - en un sentido - necesaria la existencia de malestar en la cultura, teniendo el mismo distintas causas y fuentes. Luego, la cultura ofrece de modo complejo diferentes destinos para el mundo pulsional de los sujetos, intentando procurar dentro de ciertos límites la satisfacción del mismo. En condiciones normales, la cultura se ofrece como lugar de depositación y tramitación de dicho mundo pulsional, a través de sus instituciones, del favorecimiento de los lazos entre los sujetos que estas producen, y de la creación de objetos obligados de la sublimación tanto como de prototipos identificatorios. Pero hay estados de la cultura donde todo esto se ve dificultado. En principio, estados ligados a crisis y catástrofes sociales. En Argentina hemos tenido situaciones históricas claramente representativas de ello: terrorismo estatal, guerra de Malvinas, hiperinflación, atentados de Embajada de Israel y Amia, desocupación, estallido de diciembre de 2001 (me refiero a sus aspectos desestructurantes), etc. A lo que se agrega el imperio de una significación imaginaria social como la del capitalismo que se ha hecho presente sobre todo desde la década del 90 – y que tiene propiedades des-socializantes -, y que hace que sea pertinente el análisis de sus consecuencias a nivel metapsicológico y psicopatológico, ya que son alteraciones sustanciales respecto del estado de la cultura descrito por Freud en El malestar en la cultura.

Sostengo que el estado actual de nuestra cultura debe ser considerado como un estado que se encuentra  más allá del malestar en la cultura. Esto es producido por la sustancial modificación, desestructuración o desaparición de instituciones que otorgaban el amparo de la legalidad y el sentido ordenadores de los lazos entre los sujetos, instituciones a partir de las cuales el proceso identificatorio de estos puede llevarse a cabo, debida a una crisis de significaciones imaginarias sociales que actúan como cemento de la sociedad; pero también esto se produce – de modo complementario y solidario -  por la aceleración de la temporalidad, y por el lugar que han pasado a ocupar los medios masivos de comunicación y los artefactos electrónicos junto con la informática.  [3]

Esto hace que los sujetos se vean sometidos a un estado de violencia secundaria (Aulagnier) colectivo, es decir, ven atacado su yo en sus funciones significantes e identificatorias. El sinsentido que deviene es acompañado de dificultad en establecer un proyecto identificatorio, es decir, los ideales del yo se ven trastocados en su función, que es la de elaborar el mundo pulsional-deseante, inscribiéndolo en la cultura. Este estado que se ubica más allá del malestar en la cultura está enmarcado por una crisis de significaciones (Castoriadis) que mantenían unida - aún en el conflicto - a nuestra sociedad. Crisis que a su vez está en la base de la crisis de las instituciones sociales.

La constitución de un sí-mismo individual-social pasaba por el apoyo en lugares que han dejado de existir o que se encuentran en riesgo de dejar de hacerlo, y no hay aún otros que puedan hacerse cargo de esta crisis de sentido. El proyecto identificatorio de los sujetos se ve alterado, dificultado, impedido cuando se pierde el sentido de la sociedad, el propio proyecto del colectivo. A su vez, la crisis de este proyecto identificatorio pone en jaque a Eros, convocando a la pulsión de muerte. Causa y consecuencia de esto, es que la significación más importante, que es la que concierne a la misma sociedad, es decir, la de "nosotros", se encuentra en crisis.

Una de las consecuencias de este estado de la cultura es que ya nadie sabe cuál es su función en la sociedad, el sentido de ésta y de su participación, ni si tiene sentido seguir adhiriendo a ésta. Como vimos, esta crisis de las instituciones hace que estas dejen de cumplir con su función de amparo, que consiste en el sentido que ofrecen, en el establecimiento del contrato narcisista, y en que permiten que la psique pueda depositar la pulsión de muerte.

Recordemos que Freud señala que el malestar en la cultura es producido tanto por la frustración a la cual es sometido el mundo pulsional - aunque la cultura ofrezca formaciones transaccionales que permitan cierta satisfacción, porque inevitablemente producen un nuevo monto de frustración y dolor, como en el caso de los lazos libidinales - como por la presencia de la pulsión de muerte en la psique, ya que la agresividad es vuelta contra el sujeto mismo, ejercida por una instancia - el superyó -. Sin embargo, como veíamos más arriba, este estado de cosas permite la existencia de un bienestar mínimo, el alojamiento en las instituciones y en el lazo con los semejantes de la pulsión de muerte, objetos para la satisfacción pulsional, sublimación mediante, etc. Pero el estado que estamos describiendo, de crisis de la institución de la sociedad misma, hace entrar en crisis, a su vez, a todas estas funciones. Lo que me interesa resaltar sobremanera, es la mortificación producida al verse dificultada o impedida la depositación de la pulsión de muerte en el lazo con el semejante y en las instituciones de la sociedad. El amparo se encuentra en caución. Esto produce múltiples efectos dolorosos para la psique. Por empezar, queda liberada la pulsión de muerte, que debe ser reintroyectada; a nivel identificatorio, se produce una crisis del proyecto identificatorio, lo que, ya señalamos, es una convocatoria a Thánatos; si pensamos, a partir de los desarrollos de Bleger, que lo indiscriminado, depositado en instituciones y lazos - en lo que está incluido la pulsión thanática - , siempre funciona como los límites del esquema corporal y como el núcleo fundante de la identidad, debemos considerar seriamente esta alteración tanto en términos de crisis identificatoria, como en términos de los efectos sobre el cuerpo que esto pueda producir. Nos encontramos de este modo con angustias ligadas al desvalimiento, a la falta de amparo: a quedar librados a los efectos mortíferos de la pulsión.

De modo solidario con las posturas de Bleger, Green señala las defensas que se ponen en juego cuando lo arcaico ocupa un primer lugar. Este modelo de Green relativo a los pacientes denominados borderline tiene gran actualidad en términos de que el estado de la cultura que aquí intento describir contiene la potencialidad de producir un estado borderline artificial, al atacar los fundamentos del yo.

Mientras Green sitúa esto en términos de fallas en el apuntalamiento en el objeto de origen, podemos pensar que cuando los subrogados de éste en la cultura desapuntalan a la psique, le quitan el lugar de apoyo, pueden advenir fenómenos clínicos similares a los por él descriptos para los cuadros borderline: una suerte - a mínima - de psicopatología de la vida cotidiana de una sociedad en desestructuración. Las defensas que este autor señala que se establecen son:

1 - La exclusión somática: defensa a través de la somatización.
2 - La expulsión a través del acto: movimiento inverso al anterior.
3 - La escisión del yo: hace referencia a la defensa descripta por M. Klein; sin embargo considero importante pensarlo también en los términos propuestos por Freud, como efecto del accionar de la renegación de percepciones de la realidad.
4 - La descatectización: como aspiración al no ser y a la nada, búsqueda de vacío.

Puede observarse que estas defensas descriptas para un cuadro psicopatológico determinado, se hacen presentes a su vez en otros cuadros clínicos, ya que forman parte de una subjetividad producida por la incorporación de las significaciones imaginarias sociales de época. Así es como, dentro de estas condiciones, todos somos – potencialmente – borderline-. [4]

Por supuesto, sin que podamos inferir de todo esto que es inefable el efecto clínico detallado - sí que es una potencialidad - . Señalamos una tendencia, en un esfuerzo por describir un estado de la cultura que produce determinados efectos en la psique, estado cultural que es realimentado por estos.

De todo esto se desprende que debemos profundizar en aquello que se diferencia de la propuesta freudiana en lo relativo al malestar cultural, y en las consecuencias tanto para la psique como para la sociedad, partiendo de entender un modo de lo social particular para esta época, con su mundo propio de significaciones e instituciones, las que no cumplen el mismo papel que cumplían en el momento en el que Freud elabora su tesis. Lo que se desprenda de esta profundización tendrá seguramente importantes consecuencias, tanto para la clínica psicoanalítica, como para la mirada psicoanalítica sobre la sociedad, y también para el análisis de la subjetividad.

(*) Este escrito forma parte del libro del mismo nombre, publicado por Ed. Biblos, Buenos Aires, 2011. Una primera versión de este texto fue publicada en la Revista Psicoanálisis, de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Vol. XXIV, Nº 1-2, 2002, con el título “Vida y muerte en la cultura”.

 
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Notas
 
[1] Por tal debe entenderse, según C. Castoriadis, los valores, objetivos, historia, expectativas, significaciones sexuales, económicas, etc., de una sociedad, en suma, todas las referencias que hacen a un orden simbólico, y que ubican a los individuos en un determinado espacio sociocultural.
[2] Que consiste en la certeza de la psique de que todo lo existe en ella es para ésta producto de sí misma.
[3] Todo este estado, coincidente con la presencia de un Otro que demanda un siempre más, el consumo como ideal, y una satisfacción sin límites forma parte central del modo de ser de nuestra sociedad, tal como ha sido trabajado en diversos escritos publicados en El psicoanalítico, entre ellos: El Gran Accidente: la destrucción del afecto y De Elisabeth von R. a Lisbeth S.: todos somos borderline (Nota del E.).
[4] Ver el texto De Elisabeth von R. a Lisbeth S.: todos somos borderline, (Nota del E.).

Bibliografía
 
Bleger, José, Simbiosis y ambigüedad. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1967
Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos. Topía Editorial, Buenos Aires, 1999.
Castoriadis-Aulagnier, Piera, La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1977.
Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad. Vol. 1 y 2. Tusquets Ed., Buenos Aires, 1993.
Castoriadis, Cornelius, El avance de la insignificancia. Eudeba, Buenos Aires, 1997.
Franco, Yago, Clínica psicoanalítica en la crisis: resignación y esperanza. Rev. Topía en la Clínica N° 3, Buenos Aires, marzo 2000.
Franco, Yago, Pulsión y palabra: ruidos y silencios. Rev. Topía en la Clínica Nro 5, Buenos Aires, marzo 2001.
Franco, Yago, La crisis del proyecto identificatorio. Topía Revista N° 33, Buenos Aires, noviembre 2001.
Green, André, El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico. Sobre los cambios en la práctica y la experiencia analítica. En De locuras privadas. Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1993.
Freud, Sigmund, El malestar en la cultura. Obras Completas, Amorrortu Ed. Tomo XXI, Buenos Aires, 1993.
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