CLINICA
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libertad
Para abrir �las puertas del deseo� (*)
Por Mar�a Cristina Oleaga
[email protected]
 

�Hay palabras misteriosas, tambi�n otras que no quieren decir nada, como los dibujos en las alas de las mariposas. Se volaron, sencillamente. O todav�a no se posaron en las enciclopedias�

Mar�a Elena Walsh (Chaucha y Palito)



La loca de la Casa (**)

Amante de las palabras y tambi�n de los dibujos en las alas de las mariposas, sin duda Mar�a Elena Walsh encant� el mundo de los ni�os y -por qu� no- el de los adultos que conservamos algo de la magia infantil. Pensar en los totalitarismos, en su avance de �poca, me llev� a la Walsh, a su libertad, su desenfado y su ternura, como algunos de los condimentos que tanto han dado y siguen dando a la imaginaci�n, rasgo tan mal tolerado por estos reg�menes oscuros. Me ocupar� de algunas caracter�sticas de la poes�a de Walsh para ni�os porque ellos, y antes de que empiecen la escuela -como bien lo dice esta autora- est�n ya equipados o desprovistos de elementos culturales y de lo que su familia puede darles (1). Hay que abrirles, bien temprano, m�s puertas y ventanas.

La obra po�tica de Mar�a Elena Walsh, heredera del Nonsense (sinsentido) en las rimas infantiles inglesas (Limericks) que le contaba su padre, nos ofrece palabras, ritmo, m�sica y colores; una armon�a po�tica que nos empuja a crear, a imaginar, a inventar y a divertirnos:

�En el fondo del mar siempre es recreo.

Nadie va a clase, nadie tiene empleo.

Como las Mojarritas

no mandan m�s cartitas,

en el fondo del mar ya no hay correo.� (2)


Nos encontramos con el juego, el disparate y el humor en un clima tierno, pero sin moralinas:

�El cielo es de cielo,

la nube es de tiza.

La cara del sapo

me da mucha risa.



La Luna es de queso

y el Sol es de sol.

La cara del sapo

me da mucha tos.�(3)



El absurdo y los mundos nuevos se crean por la apertura de las palabras a significados in�ditos:

�Diez y diez son cuatro,

mil y mil son seis.

M�renme, se�ores,

comiendo pastel.

A ver, a ver, a ver...� (4)



Hay invenci�n, ambig�edad, im�genes que obligan a deshacer lo conocido y hasta s�tira social:

�Cuidado cuando beban,

se les va a caer

la nariz dentro de la taza

y eso no est� bien,

yo no s� por qu�.

(�)

Ma�ana se lo llevan preso

a un coronel

por pinchar a la mermelada

con un alfiler,

yo no s� por qu�.� (5)



Mar�a Elena deshace estereotipos por medio de la burla y del desprecio por la solemnidad. Hay lo imprevisto, lo ins�lito, como en los surrealistas, que nos asombra. Y -de pronto- surge en ella la contestataria, como en la Marcha de Os�as:

Os�as el Osito en mameluco

paseaba por la calle Chacabuco

mirando las vidrieras de reojo

sin alcanc�a pero con antojo.

Por fin se decidi� y en un bazar

todo esto y mucho m�s quiso comprar.



Quiero tiempo pero tiempo no apurado,

tiempo de jugar que es el mejor.

Por favor, me lo da suelto y no enjaulado

adentro de un despertador.



Quiero un r�o con catorce pececitos

y un jard�n sin guardia y sin ladr�n.

Tambi�n quiero para cuando este solito

un poco de conversaci�n.



Quiero cuentos, historietas y novelas

pero no las que andan a bot�n.

Yo las quiero de la mano de una abuela

que me las lea en camis�n.



Quiero todo lo que guardan los espejos

y una flor adentro de un raviol

y tambi�n una galera con conejos

y una pelota que haga gol.� (6)



Nos estimula a participar para crear sentidos, empujados por la polisemia de su poes�a. Este rasgo, estimulante, es el arma que nos abre paso. El lenguaje po�tico tiene ese plus, lo m�s humano, lo menos referido al c�digo o al signo fijado al significado, lo que abre un gap, una brecha, en cualquier dicho y suspende el sentido, o deja a nuestro cargo su cierre. Es por ello que, cuando ofrecemos poes�a a los ni�os, estamos favoreciendo la aparici�n de un sujeto, de su imaginaci�n y su creatividad. Es importante percibir hasta qu� punto no se trata s�lo de un divertimento -lo cual ser�a ya bastante regalo para un ni�o- sino de un arma. En la �poca de las aplanadoras del sujeto, en la era de la robotizaci�n y las pantallas, de los jueguitos repetitivos y autoer�ticos de destreza viso motriz, con su musiquita insistente e hipnotizadora, la poes�a puede iluminar otro mundo. Conviene, por ello, tomar en serio su potencia y compartirla con los chicos. �Quiz�s ignoramos que todos los ni�os son serios. Unos tr�gicos, otros melanc�licos, otros disimulados, siempre est�n m�s all� de la c�rcel de tonteras en que pretendemos encerrarlos y distraerlos de la verdad. Este secreto lo saben s�lo compa�eros imaginarios, hojitas de jard�n arrugadas en una mano sucia, zool�gicos min�sculos en cajas de zapatos; en fin, todo ese universo que puebla y desampara la soledad de un ni�o.� (7)


La poes�a no cabe en los totalitarismos


Los totalitarismos nos pretenden iguales, masificados, nos necesitan as�. Se impone una propuesta de ideales universalizantes y adaptativos desde los medios de comunicaci�n, o sea desde el mercado. En esta �poca, existimos como buenos consumidores o como desechos pasivos, aptos para todo uso y descarte. En ese camino, sin saberlo probablemente, el mercado se apoya en caracter�sticas profundas del sujeto, en rasgos que refieren a su constituci�n. Es lo que favorece su �xito. En el origen, el placer define aquello que es del ser, el yo; lo que causa displacer aloja lo que no nos pertenece, lo odiado y expulsado como no yo. Freud dibuja as� una primera divisi�n en el origen del psiquismo, pero �sta permanece siempre como disposici�n y como modo de tratar aquello con lo que tenemos que lidiar. Del yo-placer purificado dice Freud: �El mundo exterior se le descompone en una parte de placer que �l se ha incorporado y en un resto que le es ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo exterior y siente como hostil.


(�) Lo exterior, el objeto, lo odiado, habr�an sido id�nticos al principio. Y si m�s tarde el objeto se revela como fuente de placer, entonces es amado, pero tambi�n incorporado al yo, de suerte que para el yo-placer purificado el objeto coincide nuevamente con lo ajeno y lo odiado.


(�) El odio es, como relaci�n de objeto, m�s antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de est�mulos� (8). La precariedad y el desamparo del infans es lo que da fuerza al movimiento expulsivo y de desconocimiento de lo propio que, en tanto displacentero y doloroso, es tratado como ajeno.


Lacan, ya en 1950, se�ala la paradoja entre el individualismo y la masificaci�n: �(�) en una civilizaci�n en la que el ideal individualista ha sido elevado a un grado de afirmaci�n hasta entonces desconocido, los individuos resultan tender hacia ese estado en el que pensar�n, sentir�n, har�n y amar�n exactamente la cosas a las mismas horas en porciones del espacio estrictamente equivalentes.


Ahora bien, la noci�n fundamental de la agresividad correlativa a toda identificaci�n alienante permite advertir que en los fen�menos de asimilaci�n social debe haber, a partir de cierta escala cuantitativa, un l�mite en el que las tensiones agresivas uniformadas se deben precipitar en puntos donde la masa se rompe y polariza" (9). Hay una advertencia crucial referida a la violencia que hoy vemos desplegarse como efecto inevitable de la alienaci�n.


As�, no resulta dif�cil para la sociedad el prestar conformidad a la designaci�n de chivos expiatorios, de aquellos que ser�n depositarios del odio y la segregaci�n. Lo hemos vivido con el Holocausto y parece repetirse con los migrantes a los que se apunta como causa de los males, del terrorismo, el desempleo y la pobreza (10). Estamos en peligro, arrasados por poderes que no vacilan en destruir seres y recursos naturales en favor de perseguir el m�s que el capitalismo impone: la ganancia a cualquier precio. La poes�a, en este sentido, no sirve para nada. La ganancia que se obtiene de ella es subjetiva y particular. Produce, sin embargo, una subversi�n del lenguaje que �como dec�amos- resalta en �l lo m�s humano, lo que difiere del c�digo, y -por eso- da lugar a mundos imaginativos que no caben en los totalitarismos. Hay quienes -desde el Cognitivismo- estudian los efectos de un tipo de pensamiento que distinguen del racional, que abre posibilidades m�s ricas. Sin embargo, este pensamiento, denominado �divergente�, tambi�n es examinado por esta tendencia de acuerdo a su utilidad concreta: �Evidentemente, la creatividad no se entiende sin imaginaci�n, sin el pensamiento divergente, pero tambi�n requiere del cierre o convergencia para convertirse en algo que sea adecuado para cubrir alguna necesidad (f�sica o emocional) y pueda ser catalogado como �til y valioso por los dem�s.� (11)


El totalitarismo en los consultorios


Los cuestionarios, los DSM y sus casilleros, son el rasero con que se mide la subjetividad. As�, se descubre patolog�a en funci�n del apartamiento de lo que se impone como norma. �Acaso no hab�a ya un rasero para medir aspecto f�sico y aceptaci�n? Quiz�s, en este caso, se trata de un prototipo menos explicitado, incluido subrepticiamente por los medios a trav�s de sus im�genes seductoras. Edad, peso, altura, aspecto, sobre todo en el caso de las mujeres - en tanto objetos de consumo- est�n presentes como casilleros en los que habr�a que entrar. Sin embargo, en este sentido, el movimiento de mujeres ha dado �ltimamente su palabra al reivindicar la diferencia y la particularidad m�s all� de los modelos impuestos. Es un paso a valorar en toda su dimensi�n de apertura y b�squeda.


A pesar de la fuerza que parece estar tomando el movimiento de las mujeres en valorar lo diferente en cada uno, hay que se�alar que -as� como el desamparo inicial lleva al infans a arrojar fuera de s� lo que es fuente de displacer- el sujeto actual est� empujado a deshacerse de lo que el Otro social rechaza. Ser es ser aceptado. Las mediciones, los casilleros, las estad�sticas, son los amparos dentro de los cuales el sujeto se siente reconocido por el Otro. Dice la psicoanalista espa�ola Mercedes de Francisco: �Nos atrever�amos a decir que el poder de la evaluaci�n es tir�nico porque lo que en esencia pretende, m�s que la propia evaluaci�n, es conseguir del sujeto su consentimiento a esta operaci�n. Con este consentimiento, con esta servidumbre, dejamos de lado lo incomparable de cada uno y pasamos a formar parte de esa masa evaluada. �Qu� consecuencias tiene esto para los sujetos?: el propio rechazo de s� mismos, un empuje destructivo, al considerarse menos que los otros y, por lo tanto, merecedores de sufrir las consecuencias de este �d�ficit�. Vemos as� proliferar los estados depresivos, angustiosos... las adicciones. Pero tambi�n, esto explicar�a la sorprendente docilidad con la que los ciudadanos aceptan este estado de cosas que los lleva a la impotencia frente a cualquier acci�n que pudieran acometer.� (12)


Adem�s, esas categor�as, utilizadas como rasero de la supuesta normalidad, se apartan completamente de los criterios freudianos para caracterizar el s�ntoma. Recordemos que Freud hace, con sus descubrimientos sobre la histeria por ejemplo, un verdadero an�lisis de la sociedad victoriana y sus efectos en la subjetividad. Es decir, reconoce en el s�ntoma el modo particular en que el sujeto tramita la mirada del Otro social. El s�ntoma habla y dice del sujeto y de su inserci�n en esa sociedad. Nada semejante podr�amos encontrar en el totalitarismo de las mediciones clasificatorias.


El totalitarismo y los ni�os


Encontramos que el lugar de los ni�os y de los adolescentes es especialmente precario en esta sociedad. Los rasgos que toma esa precariedad var�an en relaci�n con la pertenencia a las distintas clases sociales. Si pensamos en los ni�os de clase alta, m�s all� de lo importante de tener satisfechas sus necesidades, vemos que se encuentran, frecuentemente, en orfandad en relaci�n con adultos narcisistas que compiten con ellos como pares y renuncian al lugar asim�trico desde el que podr�an cuidar. As�, asistimos a la formaci�n de pandillas transgresoras en los barrios cerrados, a la dificultad que sienten y al miedo que los asalta al tener que interactuar por fuera de lo que conocen, a la proliferaci�n de adicciones, etc.


Las clases medias se ubican, como sabemos, entre el af�n de pertenecer y el temor de caer, lo cual lleva a que la carrera por mantenerse ocupe, en general, m�s espacio que el que podr�a conectarlos con lo que necesitan los chicos. Adem�s, buscan signos de poder y status, lo que los lleva a adoptar modas y m�todos de crianza novedosos que no siempre contemplan el inter�s de los ni�os. Hemos tratado, por tomar dos ejemplos, el tema del colecho (13) y el del Baby Led Weaning, BLW, (Destete liderado por el beb� o -mejor dicho- iniciaci�n de la alimentaci�n complementaria liderada por el beb�) (14). Son algunos de los recursos de moda que desconocen, desafortunadamente, las consecuencias posibles en el psiquismo infantil. La novedad y el descarte de lo anterior es una estilo que prende en ambientes poco dados a la reflexi�n, que funcionan al comp�s de la moda.


Si pensamos en los ni�os que pertenecen a sectores pauperizados, incluso desechados del mapa social, el resultado es que �d�a a d�a- ellos se encuentran m�s y m�s acorralados. Sus familias, desde hace much�simo tiempo, est�n fuera del sistema y, frecuentemente, se encuentran desmembradas; entran en una lucha por la supervivencia desde muy peque�os; el narco los atrapa con ofertas que superan en mucho la miseria que podr�an conseguir de otro modo; muchas escuelas -el mejor lugar que ofrecido para alojarlos- cierran; asimismo sucede con los clubes de barrio, las orquestas juveniles y otros sitios que los conten�an. Incluso se les hace dif�cil el acceso a los sistemas de salud p�blica que sufren recortes severos. Como si este desalojo no bastara, actualmente, se plantea -nuevamente- bajar la edad de imputabilidad. Se hace flamear esa bandera para responder a los pedidos de seguridad de una sociedad cada vez m�s impactada por violencias que no parten justamente de los menores. En una nota, de hace unos a�os, dec�amos: �Cuando se quiere bajar la edad de imputabilidad se pretende calmar a los familiares de v�ctimas pero hay que reconocer que no ser� el modo de garantizar ninguna seguridad. La seguridad primera es la que deben tener los que nacen y es la seguridad que proporciona una crianza humana.� (15)


En la Edad Media, la categor�a de lo infantil no era ni siquiera considerada como tal. Sufr�an, por lo tanto, todo tipo de maltratos aberrantes. Hoy, parece que hemos retrocedido y, en este sentido, hay fen�menos que impactan por su crudeza. Suceden en supuestas democracias que, si las examinamos, no podemos menos que calificar como sistemas totalitarios. Tomaremos s�lo dos ejemplos. En Hait�, la pobreza lleva a que se entreguen los ni�os a familias que puedan, al menos, darles de comer y enviarlos a la escuela. Sin embargo, suceden otras cosas. Ese grupo de chicos entregados recibe el nombre de Restaveks (Rester avec o Vivir con). Uno de cada 10 ni�os haitianos es explotado en ese sistema de esclavitud, abusado sexualmente o v�ctima de violencia f�sica y verbal: �Entre las tareas habituales de un ni�o restavek est� vaciar orinales, barrer y trapear pisos, acarrear pesadas cubetas de agua y preparar comida. Manipulan utensilios que en muchas otras partes del mundo estar�an prohibidos para ni�os de 5 o 7 a�os, como aceite caliente, cuchillos filudos o llaves de gas�. Ni comida ni escuela (16).


En M�jico, la periodista y militante feminista de izquierda Lydia Cacho acaba de recibir una disculpa del Estado por haber sido encarcelada y torturada por su trabajo en defensa de los ni�os y mujeres v�ctimas de trata. M�s de 30.000 personas, en su mayor�a ni�os, han sido secuestrados en ese pa�s por las redes de trata para su explotaci�n sexual. El trabajo de esta mujer incluy� la denuncia de importantes personajes de la pol�tica as� como de empresarios como part�cipes de ese delito. �El mundo experimenta una explosi�n de las redes que roban, compran y esclavizan ni�as y mujeres; las mismas fuerzas que en teor�a habr�an de erradicar la esclavitud la han potenciado a una escala sin precedentes. Estamos presenciando el desarrollo de una cultura de normalizaci�n del robo, desaparici�n, compraventa y corrupci�n de ni�as y adolescentes en todo el planeta, que tiene como finalidad convertirlas en objetos sexuales de alquiler y venta. Una cultura que adem�s promueve la cosificaci�n humana como si fuera un acto de libertad y progreso. Esclavizadas ante una econom�a de mercado deshumanizante, que nos han impuesto como destino manifiesto, millones de personas asumen la prostituci�n como un mal menor y eligen ignorar que en ella subyace la explotaci�n, los maltratos y el gran poder�o del crimen organizado en menor y mayor escala en el mundo entero.� (17)


Los instrumentos totalitarios, en el sentido de masificantes, asumen formas menos dr�sticas, pero de todos modos muy da�inas, cuando se trata de la patologizaci�n de la infancia. Es un tema que nos ha ocupado en otras ocasiones. Hay condiciones sociales que interfieren seriamente con la subjetividad infantil (18). Nos hemos ocupado de la importancia de la narrativa -y de su ca�da en descr�dito- en la construcci�n de subjetividad (19), as� como del predominio de otro tipo de est�mulos -provenientes de la tecnolog�a- que dejan al ni�o inmerso en la prisa, la simultaneidad y la competencia (20). Respecto del tema, es importante volver sobre el art�culo de Juan Vasen sobre los �nombres impropios� que se usan para clasificar a los ni�os (21). No olvidemos que la m�quina normalizadora termina medicalizando a la infancia para que �sta entre bien en sus casilleros. �C�mo no se�alar, entonces, su rasgo totalitario?


Si volvemos sobre el comienzo de este art�culo, y a la luz del recorrido, podr�a parecer ingenuo referirnos a Mar�a Elena Walsh y su po�tica como lo hicimos. Insistiremos, sin embargo, en este punto. Con nuestras armas, con el modo que tenemos de intervenir para favorecer la subjetividad cr�tica, creativa, deseante, se impone rescatar lo que de la palabra abre espacio a la Loca de la Casa. Tambi�n es nuestro recurso al escuchar y al interpretar lo que escuchamos.


(*) A partir de las palabras de Olga Orozco:


�La realidad, s�, la realidad:


un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.�


Eclipses y Fulgores, Lumen, 1998, p�g. 83.


(**) Nombre dado por Santa Teresa de Jes�s a la imaginaci�n.


Notas


(1) Las claves de Mar�a Elena Walsh.


(2) Valderrama, Astrid, Lectoaperitivos , �Qu� tal unos limericks como lectoaperitivos? .


(3) Walsh, Mar�a Elena, As� es.


(4) Walsh, Mar�a Elena, Canci�n de t�teres.


(5) Walsh, Mar�a Elena, Canci�n de tomar el t�


(6) Walsh, Mar�a Elena, Marcha de Os�as.


(7) Walsh, Mar�a Elena, La seriedad de los ni�os, (1956).


(8) Freud, Sigmund, Pulsiones y destinos de pulsi�n (1915), Obras Completas, Tomo XIV, p�g. 130/33, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986.


(9) Lacan, Jacques, Escritos 1, Introducci�n Te�rica a las Funciones del Psicoan�lisis en Criminolog�a, p�g. 136, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1991.


(10) Berardi, Franco Bifo, Auschwitz on the Beach. El arte, Europa, los migrantes: relato de una performance que no tuvo lugar y de una guerra que estamos destinados a perder.


(11) Aguilera- Luque, Ana Mar�a, El pensamiento El pensamiento divergente: �Qu� papel juega creatividad?


(12) de Francisco, Mercedes, Lo que la evaluaci�n silencia.


(13) Franco, Yago, Oleaga, Mar�a Cristina, Apego, Colecho e Incesto: hacia la mamiferidad.


(14) Oleaga, Mar�a Cristina, El Psicoanal�tico n�mero 31: Psicoan�lisis y Poder, �Hab�a una vez��


(15) Oleaga, Mar�a Cristina, �Bajar la edad de imputabilidad?


(16) Restaveks, los peque�os esclavos de Hait�.


(17) Cacho, Lydia, Escalvas del poder. Un viaje al coraz�n de la trata sexual de mujeres y ni�as en el mundo.


(18) Oleaga, Mar�a Cristina, El Psicoanal�tico n�mero 29: �No se aguanta m�s �!: �Ni verdad ni consecuencia, Creencias�.


(19) Ibid (14)


(20) Oleaga, Mar�a Cristina, El Psicoanal�tico n�mero 6: Sujetos a la red �Realidad virtual?, �Cuentos que cuentan�.


(21) Vasen, Juan, El Psicoanal�tico n�mero 2: DSM-V x 1: no va a quedar ninguno (sano), �Infancia y DSM 5: Nuevos nombres impropios�



Bibliograf�a


Rodr�guez, Antonio Orlando, Transgresi�n y po�tica del absurdo en Mar�a Elena Walsh


Herrera Rojas, Ram�n Luis, Universidad de Sancti Spiritus �Jos� Mart�, Cuba, Apuntes para una teor�a de la poes�a infantil.


Aracri, Alejandra (UNLP), El tema de identidad en la obra de Mar�a Elena Walsh.


 
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