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(APe).- De pronto, brutalmente, salta desde un planeta plácido y feliz a la áspera locura del mundo. Cualquier respiración es un huracán venenoso. Cualquier tos es el estallido de la historia. Es mínimo, débil, inconcluso. Es un fruto verde arrancado bruscamente de la planta. Faltan terminar pliegues, costuras, alvéolos, pespuntes de arterias. Su costurera vital no pudo, con su fragilidad de nena, con su médico que no hay, con sus controles que no supo que había que hacer, con su nutrición flaca. Su hacedora no pudo darle las últimas puntadas para que resistiera fuerte el mundo al que llegaba. No lo pudo sostener ya. No pudo. Por más que intentó y apretó las piernas y se agarró la panza. El salió. Su madre vulnerada y vulnerable, su fragilidad extrema, su incompletud detallada, lo exponen a las tempestades del mundo. A todos los peligros. A que la vida sea apenas unas horas. Y después, nada más que un ramillete de sueños talados al pie.

La mitad de las camas de Neonatología del hospital Materno Infantil de Salta estaban el fin de semana ocupadas por bebés como él. Que no pudieron sostenerse en el pequeño paraíso de la panza más que 37 semanas y se lanzaron a una vida impiadosa antes de tiempo. Con menos de un kilo y medio. Pequeños y sutiles, apenas niños. Apenas corazones aprendiendo a bombear a los tropiezos.

Según la Fundación para la Salud Materno Infantil (Fundasamin), nacen en la Argentina 700.000 pibes por año. Entre un 8 y un 10 por ciento son prematuros. Es decir, pre-maduros. Es decir, abren las puertas y salen a la pelea desigual sin saber cómo, sin herramientas, sin armas. Por eso se mueren tanto y tantos. De los que nacen y pesan menos de un kilo y medio no sobrevive el 40%. La Fundación desliza que en los países desarrollados nunca queda en el camino más del 15 por ciento. En los países desarrollados las personas se desarrollan. Los niños se desarrollan. En los países emergentes los niños emergen. Pero demasiadas veces vuelven a hundirse. Sin brazos que los sostengan, sin aire que los respire, sin nutrientes que los nutran.

La prematurez, el apuro temerario por arrojarse a un espacio hostil es la causa del 33 por ciento de la mortalidad infantil y el principal motivo de muerte neonatal. Es decir, a menos de 28 días de la vida.
Los niños nacen antes de su tiempo, se arrojan sin freno ni paracaídas a un mundo que los repele, por un abanico de causas. Porque el embarazo de sus mamás fue controlado menos de las cinco veces imprescindibles. O no fue controlado jamás. Porque la mamá y su panza no tenían acceso a la salud, porque no tenían rumbo, porque estaban solas y no supieron que tenían hipertensión o diabetes o que no tenían generación suficiente de nutrientes para que el bebé naciera en tiempo y completud.
Los niños buscan salir del abrigo de los vientres por desnutrición de su madres, por embarazos muy seguidos, por adolescencia y pequeñez –la edad óptima para dar vida oscila entre los 21 y los 35 años- por trabajar pesado, sin descanso, por la sobrevida apenas.

Más de 115 mil chicas de hasta 18 años fueron madres en 2008. El 15,4 % de los nacimientos del país. La mayoría fueron embarazos no deseados. Como una loca paradoja de la vida, no se los deseó y nacieron antes. Precoces y debiluchos. Peleando por una vida que no era. Por un tiempo que les tocó y que no era. Que no debía ser.

“El bebé dentro del útero está a una temperatura perfecta, no tiene que respirar o digerir porque la placenta le entrega oxígeno y alimento, no siente el efecto de la gravedad y se siente mecido constantemente, no está sometido a luces y sonidos intensos y su sistema nervioso no tiene que responder a estímulos sensoriales”. Un mundo perfecto. Idílico. El llanto desconsolado del contacto con el mundo es la conciencia de que ya no habrá paraíso. De aquí en más habrá que pelear con pulmones fatigados y corazón fundacional. En la tierra que les tocó, bella e injusta. Plena y saqueada. Fatalmente darwinista. Tierra donde la infancia achata la nariz contra la vidriera de las decisiones. Y a la bicicleta del futuro se le caen los pibes del manubrio.


 
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