Este es el nombre (La Toilette. Naissance de l’Intime) de una exposición que tuvo lugar en París, en el Museo Marmottan Monet, entre el 12 de febrero y el 5 de julio de 2015. La exposición, el modo en que estuvo pensada la disposición de los cuadros y el criterio de la curadoría (Nadeije Laneyrie-Dagen y Georges Vigarello), subrayó la relación entre el lugar que el arte ha dado al aseo y las características que aquel ha ido tomando en cada época. La mujer fue protagonista de la muestra por su vinculación privilegiada con los actos del aseo. Es muy significativa, además, la correlación que se establece, desde el nombre mismo de la exposición, entre esos actos y la aparición o nacimiento de la intimidad. [1]
La secuencia de la muestra va desde el siglo XVI hasta el presente. La intimidad del acto del aseo ha sido un punto de llegada de una historia de la que prestan testimonio los artistas plásticos elegidos. Así, la exposición abre con una escena de baño, venida del Museo de Cluny -de arte medieval-, un tapiz en el que la mujer se asea rodeada de ayudantes, músicos y asistentes que le acercan joyas y manjares. Más allá de la idealización típica de la dama del medioevo -la escena representa la relación entre el aseo y lo exquisito, el privilegio de muy pocos- la idea de lo íntimo está totalmente ausente de este quehacer. Lo íntimo, la privacidad, es una construcción social que ha tomado siglos.
La muestra da cuenta de distintas etapas, en dicho tránsito hacia la privacidad del acto del aseo, también mediante los nombres que señalan el rasgo que predomina en cada una: siglo XVII: “El aseo en seco”, de la mano de los temores de la época ante los peligros que podía acarrear el agua; siglo XVIII: “Las tentaciones libertinas”, marcando, así, tanto el retorno del agua en estas prácticas como su vinculación con el erotismo; siglo XIX: “Cierra la puerta, Justine”, al inaugurarse la costumbre de la privacidad para las prácticas higiénicas; siglo XX: “Cuerpos sin maquillaje” como aquellos que se ve en los cuadros y que reflejan esos actos privados costosos aún para la mayoría; Siglo XX: “Hedonismo y Modernidad” con la introducción del agua corriente como bien accesible a todos (¿?) y con el agregado de técnicas de calefacción, así como con el descubrimiento de la importancia de la higiene en la prevención de las enfermedades y con la fabricación de elementos para asegurar la unión del aseo con el placer. Parece un buen final. Incluso, en la muestra, abre sobre las creaciones de la publicidad y el mundo del consumo.
Elegimos escribir estos apuntes breves sobre lo que vimos allí no sólo porque la selección y exhibición de la muestra nos deslumbró sino porque acompañar ese recorrido nos hizo pensar en un tema que habíamos abordado, muy al pasar, en otro artículo, Jóvenes, también en la Sección Último Momento de esta Revista. Decíamos, allí: “(…) Los animales ejercen alguna clase de conducta tendiente a eliminar los restos que producen. Así, desarrollan modos tipificados de higienizarse y de evitar posibles enfermedades, además de lograr -con ese acicalamiento y otras maniobras corporales- despertar la conducta sexual en la pareja de la especie. Los humanos dependemos del Otro primordial para que se opere la separación de los objetos que son nuestros restos. No avanzaremos aquí con lo que hemos trabajado en otras oportunidades acerca del surgimiento de la subjetividad, de la constitución de la pulsión. La cultura, heredera de ese Otro, toma a su cargo el seguimiento de esa operación tanto en la escuela como en el barrio como en las instituciones que nos acogen. El derecho y el efectivo acceso a la higiene es, entonces, parte de los rasgos que nos distinguen como humanos, a pesar de que no se le dé habitualmente un lugar prioritario como tal.”
Hacíamos este comentario a propósito de ver a jóvenes, excluidos del sistema, con sus cuerpos malolientes y sus pies descalzos cubiertos de mugre. Estamos, en la ciudad de Buenos Aires, acostumbrados -desgraciadamente- al espectáculo de seres desamparados tanto en las estaciones de trenes, en las que suelen pernoctar, como cuando algunos de ellos transitan las calles hurgando en la basura, buscando algo para comer o para vender [2] así como cuando los vemos tirados en cualquier esquina, dopados por la droga que, de paso, mitiga el hambre. Esta convivencia de muchos con la suciedad era natural en la Edad Media y hoy, a pesar de la larga historia del aseo y de sus relaciones con lo íntimo, la hemos vuelto a naturalizar.
Sabemos que el Otro primordial, en la modulación de las demandas que se juegan en la crianza, interviene en la constitución pulsional. Así, la demanda que inaugura la etapa anal va del Otro al infans -contrariamente a la dirección que toma la demanda en la oralidad- y es esa intervención la que recorta el resto no reintegrable. Este prototipo, esta estructura, es válida para pensar la relación del sujeto con todo su cuerpo y con otras sustancias que emanan del mismo y de las que se desprenderá. El Otro acompaña, en esta maniobra, el surgimiento de los diques -pudor, asco y vergüenza- en el infans y el retiro de los actos del aseo a la esfera de lo íntimo. La higiene, en esta línea, es parte esencial de la operación de humanización. Nos estamos refiriendo a algo muy elemental, que no tiene que ver con el lujo y que, como tal, no puede ser accesorio, que se vincula incluso con la constitución del cuerpo y con el surgimiento de mecanismos inaugurales de la latencia, con posiciones de la subjetividad.
La muestra del Museo Marmottan Monet -que sitúa la higiene en un movimiento que va de lo público a lo íntimo, y de lo exclusivo a lo masivo-, la recolección de esos valiosos testimonios artísticos acerca de la evolución de los procesos de la higiene y de la construcción de la intimidad, nos remitieron a los cambios -despojos a la subjetividad- que se han producido con el aumento de la pobreza y del desamparo.
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