La banalización del sufrimiento no tiene límites. Hasta el abuso sexual infantil cae bajo su rigurosa lógica. Si de vender se trata, no importa lo que se diga. El packaging importa más que el producto. Claro que cuando el publicista erra, lo peor del producto queda expuesto. Eso ha ocurrido con el producto “Laura Gutman”. Mientras su packaging son generalidades sobre el papel del amor en la crianza, el producto goza de un seductor empaque, con eficaces cadenas de distribución y venta. Pero, de pronto, el producto muestra su cara y lo que podrían resultar banalidades con llegada a un público ávido de respuestas en el marco de la industria de divulgación masiva pseudopsicológica, desnuda la ignorancia, la ausencia de responsabilidad asumida y el abuso que se puede ejercer desde tanta bonhomía puericultora. Es que la señora Gutman escribe confesándose explícitamente abusadora y abusada, o confesando de hecho que ni idea tiene de lo que habla. ¿Una, la otra, ambas?, no lo sabemos. La primera persona del plural que utiliza puede ser un modo de reconocerse como parte de un grupo o un modo retórico, en este caso poco feliz, de crear complicidad con sus lectores. En los dos casos la pregunta sigue incólume: ¿una, la otra, ambas?
En su texto La sistematización del abuso sexual sobre los niños que ya ha retirado de su página ante las muchas e inmediatas repercusiones críticas que suscitó (claro que, según parece, con aire de ofendida: “No me entendieron” dice en la web que ha dicho) nos da cuenta de su singular teoría de que los abusadores: “Somos” (dice ella en primera persona del plural) personas como casi todos, un poco más hambrientos y un poco más torpes, porque al fin y al cabo lo único que hacemos es tratar de nutrirnos, pero de una manera burda y estúpida”. Vaya…vaya, ¡palabra de especialista!. Uno sospecha que en algún curso o lectura rápida ha escuchado o leído acerca de las fantasías de “devoración” que pueden habitar lo inconsciente o allí nomás ha sacado la conclusión: “Vivimos dentro de un cuerpo de adulto pero tenemos organizadas las emociones como si fuéramos niños hambrientos. ¿Qué nos pasa cuando nos relacionamos con un niño tierno? Lo queremos devorar. ¿Cómo lo devoramos? Lo tocamos. Lo acariciamos. Lo abrazamos, nos frotamos contra él. Le compramos regalos”.
No me detendré en las aclaraciones que ya muchos colegas han hecho acerca de las diferencias entre fantasía y acto, entre la ternura de una caricia o un abrazo y la violencia del abuso sexual, entre los diversos fantasmas inconscientes de la neurosis más o menos universal y la anulación del otro en el acto perverso. Todo lo que Gutman dice es un concentrado de desatinos. Pero todo se agrava cuando postula: “¿Pero cómo vamos a afirmar algo así tan alegremente, sin tomar en cuenta las horribles repercusiones que tiene el abuso sistemático sobre un niño? Por supuesto que las consecuencias son nefastas. Sin embargo es preciso que comprendamos las dinámicas completas con la lógica que las sostiene, si nos interesa abandonar las instancias cotidianas de dominación” Es decir, la señora Gutman justifica sus afirmaciones desde una supuesta intención de confrontar con las instancias cotidianas de la dominación. Claro que en nombre de esta lucha promueve la banalización del más brutal modo de dominación: el que se ejerce sobre un cuerpo al que se transforma en objeto de goce privado, en una situación de asimetría radical como la que existe entre un niño y un adulto. Y sigue: “Porque rasgarnos las vestiduras proclamando que el abuso sexual es algo horrible e inhumano y que todos los violadores tienen que ir a la cárcel, está muy bien pero no sirve para nada. Miremos de frente la realidad. Mucho más espantoso es el desamparo cotidiano e invisible que vivimos los niños abusados y que nos obliga a arrojarnos al interior de cualquier cueva que encontremos, buscando amor”.
Uno no puede salir de su estupor e inquietud ante tamaño revoltijo. Se hace difícil decidir si dirigirse a la abusada, lo que implica una cosa, o a la abusadora, que implica otra. Pero dirigiéndose a ambas, se hace imprescindible insistir en que vincular la subjetividad del abusador al desamparo de la víctima que pudo haber sido no explica ni justifica nada de los abusadores. Los modos en que un abusado reelabora a lo largo de su vida la experiencia pueden ser muy variados. Cuando el camino de ese trauma pudiera ser el de devenir abusador nada tiene que ver con ello el amor si no con la búsqueda compulsiva de hacer sufrir a otro lo que ha sufrido. De amor, nada. El amor es otra cosa. Contrariamente, cuando hay amor la tendencia abusadora se inhibe.
El abuso sexual, siendo una experiencia sexual, no tiene lo sexual en su centro, éste hay que buscarlo en el ejercicio de un poder abusivo. Por eso, si bien no sé si la señora Gutman es una abusadora-abusada que se confiesa con la lógica banalizante que los medios en los que se constituye como experta le exacerba o una persona moralmente impune que desconoce sus responsabilidades en tanto personaje público, que carece de cualquier noción básica de teoría psicoanalítica o psicológica alguna, de derechos humanos y de salud pública y expone su ignorancia sin pudor sostenida por el aparato de banalización que los medios que alojan y reproducen sus ideas y las editoriales que las publican le permiten, de una u otra manera, su posición es de abusadora. Abusa de su mediático prestigio en una época en que las simplificaciones más brutales son la forma segura de ganar clientes. Hay que buscar allí algunas de las instancias cotidianas de dominación más eficaces. En su caso, con nulo sostén teórico o empírico y un collage de consejos dados con prestigio de experto autoengrendado. Por esa vía, tanto el sufrimiento de las víctimas como las luchas por los derechos del niño o de las mujeres cuyas banderas son usurpadas, devienen envoltorio adecuado para vender cualquier cosa.
Las instancias cotidianas de la dominación actuales tienen en la banalización de los sufrimientos, de las palabras y los afectos que los constituyen, de los conceptos que pretenden hacerlos más inteligibles, su principal instrumento. Lo banal circula como un producto de consumo en la góndola de las mercancías.
En esta ocasión, parece que el marketing ha fracasado pero no deberíamos olvidar que el tema no es el empaque si no ese producto que degrada temas sensibles, que minimiza el sufrimiento de los que padecen, que desconoce décadas de investigación y esfuerzos de millares de estudiosos y luchadores serios y anónimos, y que colabora en el empobrecimiento del pensamiento de la sociedad toda.
|