La incertidumbre que vive
el pueblo japonés en estas horas, por no saber
aún si como consecuencia de haber sufrido un terremoto
y un tsunami (catástrofes naturales) se desencadenará
a su vez una catástrofe atómica (tecnológica),
permite visualizar una especie de fresco del capitalismo
y sus mitos de racionalidad y desarrollo. Y aunque no
desencadenara en dicha catástrofe (anunciada gozosamente
por los medios de comunicación… una noticia
que se vende muy bien, seguramente) [1],
la ocasión es oportuna para volver la atención
sobre una bestia que se halla dormida tal como la leyenda
de Godzilla [2],
y que cada tanto mueve algunos de sus miembros, como ocurrió
en EEUU en los 70, o en Chernobyl en los 80.
Desde que la energía atómica fue descubierta
y producida, se alzaron voces contra su producción
y utilización. Y con los años no hacen
más que seguir sin respuesta, entre otras cosas,
cuestiones referidas a la seguridad de las centrales
atómicas, y muy insistentemente qué destino
darles a los residuos que estas producen.
Este descubrimiento fue rápidamente tomado/absorbido
por la ola de una significación central en el
capitalismo (y, paradójicamente, en países
autodenominados socialistas, con la URSS a la cabeza):
la idea/mito de progreso. Esa que alguien sarcásticamente,
dijo que se hizo humo en Auschwitz. Bien podría
agregarse que también lo hizo en Hiroshima y
Nagasaki. Hoy, luego de 65 años de esa tragedia
del llamado progreso, retorna en ese mismo escenario
…
Tecnología y desarrollo:
la significación de un mito.
Recorramos entonces lo siguiente: la cuestión
del desarrollo como ideología, ligado a su vez
a la significación de progreso. O sea, el progreso
a través del desarrollo. ¿Pero
el desarrollo de qué? ¿El progreso de
dónde a dónde?
Durante el siglo XX el mundo fue dividido/clasificado
en países desarrollados, y subdesarrollados (ahora
llamados en vías de desarrollo), perteneciendo
los primeros al primer mundo. Es obvio que dicha clasificación
es debida a quienes se autodenominaban como países
desarrollados. Pero la cuestión casi evidente,
pero poco analizada, es la de a qué desarrollo
se referían. Y el desarrollo al cual se referían
(y se siguen refiriendo) es el de la industria y el
consumo. La producción y el consumo. Esto ha
penetrado tan profundamente en la psique humana, que
en los llamados países en vías de desarrollo,
se acepta en general sin más dicha clasificación,
y se anhela pertenecer al primer mundo: el desarrollado.
Nunca se recuerda, ni se tiene en cuenta, que si bien
ese mundo ha sido la cuna de buena parte de nuestro
pensamiento y arte, lo ha sido también de guerras
devastadoras, ha utilizado la energía atómica
para destruir dos ciudades japonesas, creó el
nazismo y el fascismo, el racismo y la xenofobia, creó
industrias que por lo contaminantes intentan ser exportadas
fuera de sus fronteras (como en el caso de las pasteras
o la explotación de minas a cielo abierto), mundo
que a su vez ha conquistado depredando su población
y su medio ambiente desde la autodenominada conquista
de América hasta hoy, y otro tanto en África
y países de Asia y Oceanía. A ese mundo
se lo idealiza, se lo idolatra. Ciertamente, ha sido
ese mundo también, el que creó el llamado
proyecto de autonomía:
igualdad, libertad para todos. Que es lo que menos se
ha ocupado de transmitir a los que llama países
en vías de desarrollo: puertas adentro parece
merecer un mayor respeto, pero cuando rigen los grandes
negocios (sea en la minería, el petróleo,
las hoy llamadas commodities,
etc.) dicho proyecto merece ser puesto en suspenso,
sobre todo en esos países que no son del primer
mundo.
Tenemos, más allá de lo que en estos
días difunden profusamente los medios, y más
allá de estos, el conocimiento fehaciente de
lo que la energía atómica puede producir
a nivel de destrucción (aún siendo utilizada
para fines pacíficos). Pero, ¿qué
gobernante renunciaría a erigir una central atómica
de poder realizarla?
Castoriadis en su texto
“Reflexiones sobre el “desarrollo”
y la “racionalidad” expone ideas
que nos parecen imprescindibles y que recorreremos fragmentariamente.
El modelo imperante se ocupa del crecimiento –
de un determinado tipo de crecimiento además
– y solamente de ello. Ya desde la década
de 1960 se veía claramente que el precio que
costaba el crecimiento promovido implicaría “…
el amontonamiento masivo y tal vez irreversible de los
daños infligidos a la biosfera terrestre, resultantes
de la interacción destructiva y acumulativa de
los efectos de la industrialización; efectos
que desencadenan acciones del medio ambiente que permanecen,
mas allá de cierto punto, desconocidas e imprevisibles.
Y que finalmente podrían conducir a una avalancha
catastrófica que rebasaría toda posibilidad
de “control”” (Pág.186)
Ante lo cual se crearon nuevos organismos burocráticos,
un nuevo filón para distribuir dinero (y no cambiar
nada) que alimenta ahora numerosas organizaciones no
gubernamentales.
Una vez implantada profundamente esta idea de crecimiento
ilimitado “No se tuvo
en cuenta el hecho de que, en los países “desarrollados”,
el crecimiento y los artículos de consumo
es todo lo que el sistema
puede ofrecer a la gente, y que una detención
del crecimiento era inconcebible (o no podría
conducir más que a una violenta explosión
social) a menos que el conjunto de la organización
social, comprendida la organización psíquica
de los hombres y las mujeres, sufriera una transformación
radical” (Pág.
187, lo resaltado es mío)
Esta última frase nos parece fundamental, y luego
volveremos sobre ella. La psique humana debiera alterarse
para que se destituyera tamaña significación
que da sentido a la vida. Si alguien piensa que esto
es ciencia ficción, bastaría recordarle
que en la historia hay muchos ejemplos de significaciones
que decaen, se pulverizan, desaparecen. Las de la etapa
feudal a manos de las significaciones de la burguesía,
o las de los pueblos originarios de América ante
la imposición de las significaciones europeas.
Para citar solamente dos ejemplos.
El desarrollo es algo así como una sub-significación,
o una significación segunda de la significación
del capitalismo: esta que
sostiene como finalidad de la vida humana el crecimiento
ilimitado de la producción y de las fuerzas de
producción.
¿Cómo se llega a esta idea de lo ilimitado?
La economía es algo que puede mensurarse, y conforma
con la racionalidad y el cálculo el núcleo
significante de las sociedades. Y para,
por y
en esta significación - para los sujetos
que la portan y las sociedades en la que habita - no
hay límites para la razón, y la que lo
es por excelencia es la matemática. Aparece la
idea de infinito, el crecimiento debe ser ilimitado.
Se pierde así la
idea de límite.
Se habla de que solo la energía atómica
puede responder a la creciente, indetenible e ilimitada
demanda de energía de las sociedades. Y no hay
pregunta alguna acerca de cuánto, por qué,
para qué, debe consumirse tanta energía,
en qué es razonable gastarla: automóviles,
hospitales, artefactos electrónicos, alimentos,
educación, vivienda, cultura, arte, perfumes,
cruceros….
Lo cierto es que se ha impuesto la siguiente certeza:
“Más”, quiere decir “bien”.
(Pág. 194).
Godzilla
Más quiere decir bien,
y en este caso, es más desarrollo tecnológico,
y el desarrollo tecnológico tiene como motor
oculto la idea de control-dominio total, inherente al
modo de producción capitalista.
Así, más usinas
nucleares para generar más electricidad para
permitir más consumo y acompañar su crecimiento,
su desarrollo y el de la producción. Ilimitados.
Castoriadis señala la siguiente paradoja: a
mayor potencia tecnológica, mayor impotencia
ante las consecuencias debidas al desmesurado incremento
de la misma, no sujeto a reflexión. Lo que ha
sido señalado por Paul Virilio, quien anticipa
el riesgo de producción del Gran Accidente atómico,
debido a una aceleración que impide la reflexión.
Lo que se impone es el reflejo
del desarrollo por el desarrollo mismo.
“Yo sé que
no es la misma situación. Pero, al mismo tiempo,
es imposible dejar de ver todo lo que se parecen",
dice Hisaya Kan, una mujer de pocas pero precisas palabras
que hoy es abuela de tres nietos gracias a que en aquella
terrible mañana de agosto de 1945 su vida fue
tocada por una varita. Una varita que no alcanzó
a sus dos hermanos mayores, ambos muertos en el primer
ataque atómico que cambió la historia
del hombre.
"No es la misma situación porque aquello
fue una bomba fabricada por el hombre, mientras que
esta tragedia empezó por la furia de un terremoto",
dice Kan.
"Pero los japoneses, esta vez, tenemos una enorme
responsabilidad en lo que ha pasado", añade.
"Porque fuimos nosotros los que manipulamos la
misma energía que por poco nos mata aquella vez",
remarca.
Tiene rabia. Rabia de que no se haya aprendido la lección.
"No deberíamos haber usado jamás
esa energía. No la dominamos del todo. Nos ha
faltado cerebro", coincide Yukuko Kosia, una mujer
que lagrimea cuando, en la pantalla del televisor, ve
a sus compatriotas morirse de frío.
(http://www.lanacion.com.ar/1358417-hiroshima-otra-vez-de-cara-al-horror)
Finalmente, la idea de desarrollo, de que más
es mejor, de que a lo sumo se trata de distribuir equitativamente
lo producido (sin que importe qué y para qué),
ha penetrado hasta los más profundos estratos
de la psique, ya que justamente en ese nivel lo que
ésta pide es más, siempre más,
ya que es el reino de lo ilimitado. Dicha ideología
ha generado así el anthropos
capitalista. Por eso, retomando la cita de Castoriadis,
no se podrá salir de esta situación “a
menos que el conjunto de la organización social,
comprendida la organización psíquica de
los hombres y las mujeres, sufriera una transformación
radical” (187) y agregamos nosotros: que
permita pensar en un límite a la producción
y el consumo, y que instituya en el centro de la vida
humano otra cosa que la economía.
Se podrá decir que ocuparse de estos asuntos
es no ser realista, que el mundo camina por una senda
imposible de ser desandada, etc. Pero es exactamente
lo contrario: es por ser realistas que debe sostenerse
esta crítica de una significación instituida
a tal punto que parece natural, y que produce de modo
irreflexivo una tecnología como la nuclear. Lo
decimos ante la realidad de un desarrollo monstruoso
al precio de destrucción del hábitat y
de sumir a los sujetos en una cotidiana carrera por
adquirir objetos, sumiéndose en una frustración
garantizada, banalizados por esta banalidad de acumulación,
para la cual, además, se ha necesitado el sometimiento
de la parte mayoritaria de la sociedad, ya que, no olvidemos,
pequeño detalle, el desarrollo, ese mito, se
hace posible y sostenible merced a la extracción
de plusvalía de la mayoría sometida.
Godzilla está entre nosotros y – sobre
todo - en nuestra cabeza, alimentado por la radiación
del consumo y producción ilimitados. Monstruo
que es una cruza de los deseos ilimitados de la psique
- su omnipotencia -, con la promesa de ilimitado y de
control omnipotente sobre todo lo existente que realiza
la significación capitalista.
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