“La
utopía no es, pues, algo definido de una vez
por todas, sino más bien una actitud del pensamiento.
La gran oportunidad de la Red consiste precisamente
en esta capacidad suya para ser instrumento permanente
de elaboración utópica colectiva y compartida,
capaz de responder de forma adecuada a un problema en
tiempo ‘real’, que es, después de
todo, el único tiempo posible para la libertad
y para la paz. [1]
Ignazio Licata, Profesor de Física Teórica,
resalta -así- la posibilidad que nos ha demostrado
poseer la Red. Los últimos beneficiarios, los
Indignados de España -gente que contagió
luego su efervescencia al resto de Europa- han demostrado
una vez más las ventajas de poseer este recurso.
Asimismo, sabemos lo que implica la participación
de los usuarios en la producción y emisión
de noticias, artículos y toda case de intervenciones,
como lo muestran sitios como Indymedia, War in Iraq,
La Haine y tantos otros proyectos de información
alternativa [2].
En el artículo mencionado, Licata traza una
diferencia notable entre el ciberespacio y la TV, de
la que dice con acierto que es un “atractor de
punto fijo que convoca a los usuarios, pasivamente,
a una interfaz cognitiva única, que, como mucho,
puede ofrecer la posibilidad del rechazo. Es todavía
expresión de una forma centralizada de la autoridad
y de la autoría, que se difunde hacia los receptores,
por otro lado, fragmentados y aislados.”
Ahora bien, ¿es que esa potencia de vinculación
y elaboración utópica compartida que atribuimos
a la Red puede siempre atravesar las imposiciones del
mercado? Sabemos que no. Para ejemplificar resultados
bien diferentes sobre los jóvenes tenemos el
caso de los Hikikomoris en Japón [3].
Son jóvenes que se recluyen en su habitación,
dentro de su casa, no asisten al colegio, permanecen
aislados. No tienen amigos, pasan largas horas en la
computadora. Se ha atribuido la causa de este fenómeno
al “amae” japonés, término
de difícil traducción [4]
que remite a un sentimiento de dependencia esencial.
Creemos que no es la única determinación.
La Red no llega a ellos con la virulencia, con la apertura,
que promueve creatividad y autonomía. Estar conectados
es una actividad autoerótica más en el
aislamiento de los Hikimoris. Se dedican a los juegos
de rol y a las series de anime, con o sin contenido
pornográfico.
Es cierto que los padres de estos jóvenes toleran
esta conducta; se adaptan a ella, por vergüenza
tal vez, y les suministran las comodidades necesarias
para que vivan de ese modo sin pasar necesidades. Por
precisar esa complacencia, los Hikimoris sólo
abundan en clases sociales más o menos pudientes.
Se han atribuido orígenes económicos
y socio culturales a este fenómeno, aunque el
amae sea la razón por la cual haya progresado
tanto en Japón. Así, los Hikimoris han
proliferado en medio de la crisis económica,
el reinado del individualismo capitalista, la competitividad,
la desesperanza en cuanto al futuro y el miedo. Todos
estos rasgos se dan en medio de una fuerte presión
al éxito, razón por la cual el sujeto
cada vez siente con mayor peso la exclusión o
su mera posibilidad. La distancia con el Ideal es cada
vez mayor; el sujeto está amenazado de caer identificado
con el lugar de objeto de desecho.
Como vemos, es otro efecto posible, opuesto a la respuesta
solidaria autónoma, facilitado también
por la Red, la que se convierte en única compañía
del sujeto -en este caso- al servicio de la negación
y del autoerotismo. Es una verdadera trampa para el
sujeto.
Licata también observa el aspecto homogeneizante,
mortífero, de la Red, el que conduce al aplanamiento
de la subjetividad al pretender borrar las particularidades
y los conflictos. Es la versión “droga
mental” de la utopía. Dice: “La actual
colonización del Ciberespacio avanza, sin embargo,
a grandes pasos en una dirección exactamente
opuesta, hacia la realización del Imperio Perfecto
y Global, un sistema en el que, quien regula los parámetros,
promete como bien supremo la satisfacción virtual
de las necesidades inmateriales de expansión,
no de la conciencia, sino del Ego infinito del usuario-consumidor.
Construid vuestro mundo paralelo y olvidaos del real,
sustituidlo por una realidad indolora y sin límites.
Nadie se dará cuenta de nada, no hay efectos
colaterales. De este modo, la utopía se transforma
en la más pura y refinada droga mental, la droga
total buscada en vano en los laboratorios de química
criminal. Paraísos artificiales digitales como
simulaciones de la máquina de los deseos. En
este escenario, se apunta a la dicotomía real
/ virtual y se trata de canalizar hacia un colector-lager
fantástico los recursos creativos y las necesidades
de la gente. La lógica de ‘simpática’
y eficiente tecnología ‘friendly’
de los grandes portales, el caldero ‘espiritual’
de la new-age y el paraíso perverso del pedófilo
terminan por constituir así las muchas caras
de una misma medalla, la de la nueva ‘normalidad’
virtual, la gran feria de públicas virtudes mediáticas
y vicios privados con código de acceso. Según
esta visión, naturalmente, la diferencia entre
piratería informática, atentado contra
el orden constituido y movimiento hacker es prácticamente
nula, y de aquí al rechazo de todo aquello que
no está regulado por los ordenadores globales
hay sólo un pequeño paso. Se trata, en
la práctica, de una reproposición del
modelo televisivo culturalmente centralizado, pero oportunamente
‘adaptado’ al usuario. Gran parte de la
Red es ya hoy inmóvil y pasiva, miembro paralizado
y posibilidad perdida.”
Asimismo, la Academia Americana de Pediatría
ha comenzado a alertar acerca de una así llamada
“depresión Facebook” por los síntomas
que detectan los pediatras en niños, preadolescentes
y adolescentes que pasan mucho tiempo conectados a las
redes sociales [5].
Los chicos afectados sufren acoso de parte de sus compañeros,
problemas con su privacidad. Muchos de ellos han practicado
sexting (envío de fotos y videos de contenido
sexual protagonizados por el remitente) y sufren vergüenza
luego de su divulgación masiva por otros. Ya
existen, a partir de estos problemas, sitios que ofrecen
al usuario ‘desaparecer’ literalmente de
las redes sociales [6]
y que al acto de hacerlo lo denominan ‘suicidio’.
Es que en los vínculos entre algunos adolescentes
prevalece la crueldad y la violencia. Manifestaciones
de este tipo se dan también en relaciones presenciales,
para no mencionar los casos extremos de violencia mortal
entre jóvenes. La Red -nuevamente- es un medio,
vehículo para mejores y peores cuestiones. Hay
que interrogar las causas socio-culturales que favorecen
este tipo de padecimiento en los jóvenes [7].
Para terminar, citaremos a Paula Sibilia: “(…)
Gilles Deleuze decía que cada época tiene
las verdades que se merece, y que corresponde a los
jóvenes la tarea de descubrir “para qué
se los usa”. (…) yo diría que el
pensamiento de todos estos autores continúa vivo
porque ellos incitan al cuestionamiento permanente y
estimulan las bellas artes de la sospecha: las verdades
deben ser siempre desafiadas, cuestionadas, recreadas
y reinventadas. Esta tarea incumbe tanto a la filosofía
como a las ciencias y a las artes; de modo que no hay
lugar, aquí, ni para la histeria antitecnológica
ni para la imbecilidad protecnológica. Solamente
de esa manera será posible vislumbrar que no
hay nada de “inevitable”, de “natural”
ni de “dado” en el mundo que nos rodea,
y que por eso mismo es necesario asumir la tarea creativa
(y eminentemente política) de definir lo que
somos y lo que queremos ser.” [8]
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