El texto de Baricco
sobre fútbol presenta
varias cuestiones a ser pensadas. En primer lugar resulta
muy interesante y hasta poética la descripción
de las tribulaciones de ese lateral izquierdo, un número
3 rutinario, confinado a una tarea esquemática
y sin sorpresas, hasta con una cierta añoranza
de esos wines locos tan caros a la literatura sobre
el fútbol (y que hoy serían tan caros
para transferirlos a Europa). Pero en un momento todo
cambia: la barbarización también llega
a este mundo idílico y el número 3 parece
decir: “no entiendo por qué me complican
la vida”. Y Baricco parece decir, como en otros
fenómenos que analiza: “es la barbarización,
estúpido”.
Ahora bien, más allá de la poética
del texto, que realmente produce un efecto de emoción
y hasta de reconocimiento en la microscopía de
ese jugador desconcertado, hay algo que no termina de
despejarse del todo: ¿comprendemos a ese jugador
como alguien que porta una de las tantas emociones humanas:
el desconcierto, la extrañeza? ¿O por
el contrario, Baricco se pone deliberadamente de su
lado, diciendo sin decirlo algo así como “no
me compliquen la vida, todo tiempo pasado fue mejor”?
A mi entender existe una confusión en el pensamiento
sobre el fútbol que aún como confusión
o superposición, es superadora de una anterior:
de aquella que hace unos 30 o 40 años oponía
fútbol a pensamiento o a intelectualidad, esa
especie de teoría de un “opio de las masas”,
encarada entre nosotros por un Juan José Sebrelli,
por ejemplo, y que me parece hoy totalmente insostenible
y hasta “demodé”. Esto fue superado
por su contrario: prácticamente no hay intelectual
que no reconozca la significación del fútbol
e incluso que no se aventure en sus meandros. Bienvenidos
sean.
Pero la confusión a la que me refería
es a mi juicio la siguiente: la falacia que ha pretendido
esquematizar un “fútbol de derecha”
y un “fútbol de izquierda”, con arbitrariedades
tales como considerar al juego más basado en
la improvisación y la individualidad como ligado
a posturas progresistas y, por el contrario, aquel más
basado en lo táctico y la planificación
como utilitarista y “de derecha”. Más
allá de que el juego en sí no puede ser
de derecha o de izquierda (como sí puede serlo
la política deportiva), ya que esto sería
como pensar que hay una manera “progresista”
de jugar al truco; aquella teoría contiene tantas
arbitrariedades como cualquiera inversa. Por el ejemplo,
que el fútbol basado en la táctica hace
gala de la solidaridad y la planificación, conceptos
de orden socialista; o que el fútbol basado en
la individualidad y la improvisación contiene
el concepto liberal de iniciativa privada por sobre
el conjunto. Sería una arbitrariedad y una extrapolación
tan grande como la primera. Entonces, Baricco nos deja
un dejo: ¿qué tiempo añora ese
número 3? ¿Uno eterno e inmutable, de
una época dorada perdida, donde había
una “esencia” del fútbol, que toda
innovación en el juego vino a perturbar? ¿Un
fútbol ideal que se jugaba en la década
del 40? ¿Y entonces por qué no en el 20?
¿Qué cambió del 20 al 40 y luego
al 60? Esto me recuerda a aquel texto de la revista
El Gráfico de la década del 20 donde un
editorialista se quejaba de que ya no se jugaba el fútbol
de espíritu amateur del pasado... el pasado de
1901. Entre esto y “se han perdido todos los valores”,
sentencia conservadora aplicable a cualquier época
y tema, no hay tanta distancia. Estaría de acuerdo
con Baricco si la barbarización fuera situada
en la simplificación del fútbol por los
medios masivos, en su packaging de compactos y goles
bajados por celular para hacerlo digerible (ya nadie
tolera ver 90 minutos seguidos de nada). Allí
sí vemos el proceso post - capitalista invadiendo
al noble fútbol. Pero... me pregunto si esta
presunción de su texto acerca de la barbarización
del fútbol no ha terminado de despejar otro pensamiento
conservador: el de que dejen al fútbol como estaba
(reitero ¿cómo estaba cuándo?),
el de desconfiar de todo cambio en el juego, en definitiva,
el de que todo tiempo pasado fue mejor: el apotegma
conservador.
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